La Aldea

La oscura mano de Andrés

A estas alturas, la Presidenta sabe bien con quiénes cuenta en el Senado y en la Cámara de Diputados, que al parecer son muy pocos. Las lealtades están con el caudillo.

La reciente disputa morenista en el Senado por la designación de la nueva titular de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), exhibió con vulgar transparencia la manipulación del titiritero mayor.

A seis semanas cumplidas de la toma de posesión, la primera mujer presidenta de México lucha –tal vez todos los días y en todas las decisiones– por sacudirse la omnipresencia perversa de su antecesor.

En los corrillos del Senado se comenta el choque de señales y de trenes: la Presidenta en funciones quería renovar el liderazgo de la CNDH y optar por un perfil más profesional y dinámico. El expresidente envió la clara indicación de que tenían que renovar al pusilánime y mediocre perfil de la señora Rosario Piedra Ibarra, cuyo trabajo al frente de la Comisión por cinco años se distinguió por la genuflexión ante el caudillo.

Rosario Piedra Ibarra nulificó a la CNDH. Su paso por la comisión dejó un rastro de renuncias y retiros, de silencios ominosos y de alianza incondicional al gobierno. No levantó la voz cuando las masacres de militares, cuando la creciente presencia de efectivos del Ejército en todos los ámbitos de la vida pública, ni tampoco cuando de forma ilegal se traspasó el mando de la Guardia Nacional a la Sedena.

Contrario a la Constitución –hoy vale preguntar ¿cuál Constitución? La de antes, la de después–, las labores de seguridad pública ciudadana se asignaron a una corporación militar. Lo hicieron los morenistas y sus aliados en el Congreso; la CNDH permaneció en cómplice silencio.

La peor evaluada de los aspirantes fue Rosario Piedra; quedó en lugar número 15.

Fue necesaria una maniobra ‘política', dijo el hoy impresentable morenista Javier Corral, para reinsertar a la susodicha en el lugar 2 desde el 15, desplazando a otra candidata de mayores méritos y capacidades.

Pero el choque vino cuando, pasadas las maniobras y los acomodos, tenía que votarse a la próxima titular. Una corriente de Morena se expresó claramente en contra de la señora Piedra Ibarra, un símil de su trabajo al frente de la CNDH. Otra, plenamente a favor.

El monaguillo y compadre del caudillo, Adán Augusto, tuvo que aparecer con amenazas y extorsiones. Boleta de votación abierta, a los ojos de todos, para exigir cuentas y pasar facturas: “o votas con nosotros, o te despides”, parecía la advertencia del coordinador.

¿Dónde quedó aquello del voto secreto y libre de las legisladoras y los legisladores?

Aquí se deben a un personaje, al líder de su movimiento, que los puso en esa posición para cumplir una función clara e indubitable: acatar.

Nada de pensamiento libre ni de convicciones políticas o éticas. Eso no existe en el morenismo. Y para eso están los arrieros, que conducen a la borregada al redil: Adán, Ricardo, Mier y tantos otros listos para corregir cualquier desviación.

Es lo más parecido al Partido Comunista de la entonces Unión Soviética.

La función es obedecer a pie juntillas, nada de andarse creyendo eso de que legislan para el pueblo, para sus ‘representados’ o mucho menos para México. Votan lo que se les ordena y punto.

El problema fue cuando surgieron dos indicaciones. Y esa fue una primera medición de fuerzas. Y con toda pena, la Presidenta perdió.

Se impuso el titiritero desde las sombras, girando claras instrucciones al capataz del Senado, quien reprodujo puntualmente la línea, con amenazas y recursos de control.

Todos los días vemos aparecer a una Presidenta más demacrada que la víspera. Lleva 42 días en el poder, y parece que trae cargando la pesada losa de la imposibilidad.

¿De verdad llegó la primera Presidenta mujer, talentosa, preparada, inteligente, para ser solo mera marioneta del antecesor? Me resisto a creerlo. Me parece que ella también.

El perfil de colaboradores de AMLO fue marcado por la mediocridad y la incompetencia. Fue mucho más importante la lealtad ciega –lo dijo él mismo– a la capacidad.

Revise usted la lista: Rosario Piedra, Romero Oropeza, Bartlett, el del Insabi, los de comunicaciones, las de educación, las y los embajadores. Es interminable la colección de incompetentes.

Claudia Sheinbaum conformó –lo que parecía– un gobierno de gente más capaz y con mayor experiencia. El choque en el Senado apuntaba justamente a eliminar a una persona inútil y de extraordinaria torpeza. No se lo permitieron.

A estas alturas, la Presidenta sabe bien con quiénes cuenta en el Senado y en la Cámara, que me parece, son muy pocos. Las lealtades estarán con el caudillo, que está listo para extender su oscura y feroz garra para apretar el control absoluto.

Tal vez eso explique el rostro descompuesto de quien porta la banda pero no manda.

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