Así respondió la presidenta Sheinbaum —“con todo respeto”— a la disparatada declaración de Donald Trump en el sentido de que México estaba gobernado por los cárteles del narcotráfico. La presidenta dijo: “ya no gobiernan Felipe Calderón y García Luna; en México gobierna el pueblo”.
Un raspón político a la némesis de AMLO, y de paso, el argumento maniqueo y tramposo del multicitado gobierno del pueblo.
La alusión al gobierno de Calderón y la inculpadora sentencia en contra de García Luna en Estados Unidos son un recurso sobreutilizado por el morenismo para señalar a la peor etapa —a su juicio— en relación con y contra el narco.
A López Obrador y a su sucesora y ahijada les vino como anillo al dedo la condena al exsecretario de Seguridad, porque utilizan ese hecho como la evidencia de una culposa y criminal connivencia con el narcotráfico. Es, según AMLO y Claudia, la sentencia definitiva al gobierno calderonista.
Lo cierto es que, a diferencia del gobierno de López Obrador, Calderón combatió a los narcos, encarceló y extraditó a una serie de criminales y, a un alto costo de sangre por el combate a los grupos criminales, lanzó una ofensiva para luchar contra ese cáncer social.
AMLO puso en práctica su estrategia de ‘abrazos, no balazos’ que, en los hechos, retiró por completo el combate, replegó a las fuerzas de seguridad del Estado y abrió enormes espacios para la extensión y multiplicación del crimen.
Creció el huachicol, a pesar de la fanfarronada aquella de las pipas y las gasolineras; creció la extorsión de forma sin precedente; se extendió el derecho de piso; lograron algunos avances —cosméticos— en reducir la tasa de asesinatos dolosos, aunque la cifra final del sexenio (2018-2024) con 201 mil mexicanos asesinados es la más sangrienta de la historia.
No defiendo a García Luna; carezco de elementos probatorios y evidencias contundentes para manifestar su culpabilidad o inocencia. Lo que me parece un hecho irrefutable es que su juicio en Nueva York estuvo plagado de irregularidades, sustentado en testimonios de criminales encarcelados, buena parte de los cuales habían sido detenidos y extraditados por el propio García Luna. En derecho penal se llama conflicto de interés; difícilmente un testimonio de esos personajes podría considerarse objetivo, imparcial y fuera de toda inclinación o preferencia.
El resultado de ese juicio, usted lo sabe, fue un veredicto de culpabilidad y una sentencia de casi tres décadas en contra del exfuncionario mexicano.
Tal vez quien fue “mal informada” —a menos que sí tenga información y haya complicidad— fue la propia presidenta, porque toda la evidencia del sexenio anterior señala una permisividad sospechosa hacia los cárteles y grupos criminales.
No hubo arrestos ni detenciones trascendentes. Por el contrario, nadie olvida el célebre ‘culiacanazo’ a principios del sexenio, cuando López Obrador ordenó la liberación del chapito menor, Ovidio Guzmán, ya detenido y en manos de fuerzas federales y militares.
La sospecha de complicidad, alianza, colaboración electoral —ahí están las victorias morenistas de medio término en todos los estados controlados o bajo influencia del Cártel de Sinaloa— y hasta saludos respetuosos del presidente de la República se ciernen sobre el periodo de López Obrador.
Esos son los hechos y esas son las evidencias.
Mucho se dijo de un pacto o de un entendimiento entre Morena, López Obrador y el narcotráfico. Tal vez eso justifica la furibunda reacción a la detención del Mayo Zambada, quien pudiera convertirse en testigo protegido del Departamento de Justicia, al revelar ‘una relación especial’ entre el cártel y AMLO.
Tal vez nunca lleguemos a saber con precisión el nivel o la profundidad de esa hipotética relación. Lo único que tenemos son los hechos.
Para Andrés y para Claudia sigue siendo muy rentable depositar todas las culpas en el pasado calderonista, su guerra al narco y la sentencia en contra de García Luna.
Pero los números son irrefutables: el sexenio más sangriento en la historia del país es el de López Obrador, con más de 200 mil muertes violentas. La administración en que los delitos se multiplicaron, diversificaron y extendieron por territorios y estados, que registraban poca actividad criminal: Chiapas, por ejemplo, hoy infestada de grupos de narcos y bañada en sangre con ajustes de cuentas y asesinatos múltiples.
La presidenta no puede culpar de eso al pasado, ni a Calderón ni a García Luna.
La extendida presencia del narcotráfico y el desdoblamiento hacia otras actividades criminales, marcaron al sexenio de López Obrador.
¿Cuál será el sello de Claudia Sheinbaum?
Por lo pronto, aunque el discurso no lo anuncie, Omar García Harfuch combate en Sinaloa al crimen, establece policías confiables y pretende contener la guerra entre Los Chapitos y los herederos del Mayo. Ya es un cambio esperanzador.
Pareciera un reconocimiento tácito, en los hechos que no en el discurso, del fracaso estrepitoso de los ‘abrazos, no balazos’.
Esto apenas empieza. Habrá que ver.