La llegada de Donald Trump de regreso a la presidencia de Estados Unidos tendrá un severo impacto en el orden internacional.
Desde ayer, con sus declaraciones, anuncios y cascada de decretos, observamos la entrada en vigor de un orden supremo, guiado por el respaldo ciudadano (voto en urnas de 80 millones de estadounidenses y el voto electoral del Colegio) y por la convicción conservadora en Estados Unidos, para retomar el control del país.
Despedida agria a procesos de asilo, a procesos legales para otorgar permisos de trabajo, para establecer criterios de igualdad social, de equidad de género, de respeto a las minorías. Todas las medidas sociales, construidas en las últimas dos décadas, que encaminaban a la Unión Americana hacia un país tolerante, plural, que pretendía establecer equilibrios y contrapesos entre grupos étnicos y religiosos, serán borradas por el nuevo gobierno.
Ya desde ayer declaró el criterio gubernamental para reconocer solo dos géneros: masculino y femenino. Con ellos elimina toda política pública que otorgue reconocimiento a otros géneros. Desaparecerá la condición que permitía a la oficina de pasaportes no declararse hombre o mujer.
Lo anunció y empezó a cumplirlo el mismo día. Para todos aquellos incrédulos que afirmaban “no va a pasar nada”, son solo discursos de campaña para el impacto electoral, pues ahí tiene usted la catarata de decretos firmada ayer.
En torno a los temidos aranceles para el mundo, concedió una pausa hasta el 1 de febrero en que dará a conocer montos, destinos, productos y nacionalidades.
Pero ya decretó emergencia nacional en la frontera con México que le otorga facultades extraordinarias para tomar medidas especiales: uso de fuerzas militares para controlar el flujo de migrantes —“detener la invasión” en sus palabras— extender y terminar la construcción del muro e iniciar la ola de deportaciones masivas.
Y la segunda de graves consecuencias potenciales, la calificación de los grupos criminales y de narcotraficantes mexicanos como terroristas, que faculta a su gobierno a tomar medidas extraordinarias de combate, de embargo y confiscación de bienes.
En los eventos de ayer, ceremonias, almuerzo, reunión con simpatizantes en un gran estadio, exhibió sin temor alguno el poder absoluto que pretende ejercer con el respaldo del Congreso y algunos pataleos en la Corte.
Vendrán juicios, litigios y procesos que eventualmente desembocarán en la Suprema Corte, como la conclusión de la ciudadanía estadounidense como un derecho de nacimiento. Esta, necesariamente, irá a la Corte porque requiere enmienda constitucional.
Los conservadores en la Corte tienen mayoría. Veremos su comportamiento y su afiliación al gobierno de Trump.
El nuevo orden americano establecerá nuevos nombres y territorios: Golfo de América en vez del Golfo de México, o recuperar el Canal de Panamá que encendió las alertas en el país centroamericano.
Señales graves de un orden imperial que pretende imponerse más allá de sus fronteras.
Escucho a internacionalistas afirmar que eso es imposible porque tiene que haber pasos jurídicos previos.
Mi personal convicción es que su respeto a la ley es inexistente y atropellará todo proceso sustentado en el respaldo y la simpatía de una mayoría electoral que ciertamente obtuvo en las urnas.
Etapa oscura para el país de las libertades, de la diversidad, de la apertura y la tolerancia, del respeto absoluto a la ley. El solo hecho de que sea el primer criminal convicto que alcanza la presidencia, que libró con toda impunidad los juicios y las acusaciones fundadas en su contra, es un ejemplo cristalino de su respeto al Estado de derecho.
Otro ejemplo es el indulto otorgado a mil 270 individuos sentenciados por el ataque del 6 de enero en 2020.
Ejes centrales de su nueva administración: combate frontal, fronterizo, persecutorio a los inmigrantes indocumentados; ataque a los cárteles de la droga.
El mundo está frente a un hombre profundamente poderoso, con el control absoluto del partido republicano y con los hombres del capital rendidos a sus pies (Musk, Bezos, Zuckerberg y muchos otros), con la integración de 15 billonarios a su gabinete de gobierno.
Biden advirtió hace unos días de una peligrosa oligarquía entre el poder económico, tecnológico y político. Todo junto, integrado en un solo grupo.
Nuevo orden de empresarios tomando decisiones en política pública con inclinación a favorecer sus propias empresas y negocios.
Nuevo orden de preeminencia cínica, antidemocrática e inequitativa: “los americanos primero”.
Nuevo orden que pretende restablecer la preeminencia de la comunidad blanca, anglosajona, religiosa y conservadora. Las minorías hispana, asiática y afroamericana tendrán que enfrentar momentos de marginación y señalamiento amparados por el discurso y las acciones del gobierno.
Nuevo orden que regresa al pasado energético y rechaza las energías limpias; nuevo orden que rechaza el multilateralismo (Acuerdo Ambiental de París, Organización Mundial de Salud) porque desconoce sus beneficios para el diálogo mundial entre iguales.
Este es el regreso explícito al imperio americano y Trump es su emperador.