No hay ambages ni pruritos. Sin disimulos ni cortesías. Se trata del regreso de la supremacía blanca más cínica, abierta y sin cosméticos.
Donald Trump instalará en los días que corren la oligarquía de los ricos, blancos, tecnológicos, ultraconservadores y religiosos.
Si observa usted con cuidado, la asistencia de afroamericanos, latinos o asiáticos a sus ceremonias fue meramente simbólica.
La designación de Marco Rubio como secretario de Estado —descendiente de cubanos inmigrantes en los 50 a EU— sucede por su ideología fuertemente conservadora, anticomunista y con fuertes divergencias hacia América Latina.
No hay afroamericanos en el gobierno. No hay asiáticos, no hay independientes. Todos profesan el mismo catecismo: los blancos primero, los inmigrantes fuera y las minorías con ciudadanía legal serán toleradas.
Este movimiento supremacista inició hace décadas. Desde Newt Gingrich en los 90 y el surgimiento del Tea Party, hasta la extrema expresión de Mitch McConnell y su revolución conservadora silenciosa en cortes y tribunales.
Las curvas demográficas de los Estados Unidos demostraban sin duda alguna —desde el 95-97— que el crecimiento de la población hispana —a un ritmo más acelerado que los blancos anglosajones— y la agenda inclusiva de derechos, garantías, tolerancia y pluralidad de género representaban una amenaza al blanco conservador, religioso y republicano.
Para ellos, los valores que construyeron su país estaban en riesgo y con ello el control de instituciones, negocios, empresas, finanzas y agenda política, maquinaria armamentista, control fronterizo.
Los planes empezaron a tomar forma desde la llegada de Barack Obama a la presidencia en 2008. Ya era, a juicio de estos conservadores a ultranza, un agravio que su presidente fuera afroamericano.
McConnell, desde el Senado, inició la designación de jueces, magistrados y funcionarios judiciales, a personajes eminentemente conservadores, opositores del aborto, a los derechos de las minorías y a la diversidad de género. A su juicio, es una degeneración de la cultura americana.
Hoy vemos el resultado de ese movimiento.
Llega al poder a la Casa Blanca un personaje de reputación condenada en tribunales, que aun así fue electo por voto popular y electoral.
La imposición de su agenda se resintió ya en la frontera, con la cancelación de CBP One para obtener visas y permisos de ingreso legal, con el inicio muy anunciado de las deportaciones a indocumentados y con el rechazo radical a toda solicitud migratoria.
En los hechos, cerró la frontera. Para todos aquellos esperanzados en obtener un mejor estatus de vida, oportunidad laboral, espacio de desarrollo, libertad de crecimiento personal y familiar, la puerta está cerrada desde ayer.
Al interior de la Unión Americana cambiarán las condiciones de vida. La persecución a migrantes, las redadas a trabajadores, la cacería a los diferentes están desde el lunes, sancionadas por ley, respaldadas por el gobierno, con todo el aparato institucional para ejecutarlas y ponerlas en práctica.
Trump aprendió. De su inexperiencia y novatez política hace ocho años, comprendió que para implementar las políticas, necesita el control total del aparato de gobierno. Al tiempo que prestaba juramento en Washington, emitió un documento para cesar de su cargo a cerca de 20 jueces especializados en migración del Departamento de Justicia. Bloqueó todo juicio, proceso, solicitud de asilo o revisión de caso en manos de los jueces especializados.
No va a permitir que ningún vericueto “legaloide” impida la puesta en marcha de su plan.
Un momento oscuro que transforma el anhelado “sueño americano” en la pesadilla del acoso y el hostigamiento.
El país admirado en el mundo por la fortaleza de sus instituciones, por el contrapeso al poder, por la instauración de programas sociales para equiparar derechos y garantías a todos, se desmorona ante una maquinaria vengativa, persecutoria, elitista y oligárquica.
Los Trump harán múltiples negocios desde el poder con sus contactos y control de oficinas y departamentos. Donald Jr. y Erick serán socios de funcionarios y empresas que obtendrán contratos ventajosos. Para eso está Elon, eliminando trámites, controles, filtros burocráticos que impedían, en lo posible, los desniveles naturales del capitalismo.
Trump es el capitalismo atroz, gobernado por el mercado, los contratos y los privilegios.
Los demás tienen que existir, pero en una posición de acatamiento social.
Y por si fuera poco para el mundo, una postura de sumisión ante el “Imperio Americano” de la edad dorada.
Vuelta a los combustibles fósiles, contaminantes y dañinos; regreso al mundo bipolar de la superpotencia que no reconoce como iguales a vecinos o aliados; el delirante sueño del país dorado de los 50 donde todo representaba crecimiento, oportunidad, semilla de futuras fortunas.
Y todo esto con la tecnología de la mano. Los grandes señores del capital tecnológico (Bezos, Zuckerberg, Musk, etcétera), rendidos a sus pies, felices por el impulso gubernamental con la eliminación de filtros y controles.
La era de la posverdad como versión oficial de la Casa Blanca y el Departamento de Estado. Una visión del mundo, la suya. Un camino político, económico, regional, global, el suyo.
Se acabó la tolerancia y el respeto a los otros, a las ideas de los otros, a los derechos, sentimientos y pensamientos de los otros. La comunidad LGBTIQ+, perseguida, señalada y acosada desde toda oficina pública.
La supremacía con todo.