El primer debate presidencial todavía no había concluido cuando ya había generado un alud de comentarios. En la mesa de análisis de Latinus, dirigida por Carlos Loret de Mola inmediatamente después del evento, compartí mis impresiones iniciales. Observé que, a mi juicio, Xóchitl Gálvez no logró evidenciar la estructura, contundencia y determinación necesarias para acercarse a la puntera en las encuestas. Debía dominar la escena, pero, en su lugar, se mostró nerviosa y desarticulada.
Frente a lo que necesitaba, Gálvez se quedó corta, como también lo hizo frente a las expectativas que generó cuando anticipó sorpresas y anunció que llegaba al INE acompañada de víctimas de políticas fallidas del presidente Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum. El debate ofrecía un espacio inigualable para contrastar su calidez, ligereza y afabilidad con la seriedad, rigidez y hasta dureza de su contrincante.
Aunque Gálvez tuvo aciertos y momentos destacados que pusieron a Sheinbaum a la defensiva, le faltó contundencia. Por eso, concluí que, a mi parecer, Sheinbaum había ganado el debate. Las reflexiones de mis colegas en la mesa apuntaron en la misma dirección, aunque con algunos matices y salvedades.
En las redes sociales, las reacciones no se hicieron esperar. Antes de comenzar la mesa de análisis, aquellos que apoyan la 4T ya la descalificaban con sus habituales epítetos; en cuestión de segundos, el viento cambió de dirección y el fuego comenzó a correr desde el lado opuesto.
Entre lo mucho que circuló en torno a la mesa, hay un reclamo destacado que cuestiona cómo se puede considerar ganadora a una candidata que evadió tantos señalamientos o que con tanto aplomo mintió. Lo primero que hay que decir es que tanto lo uno como lo otro fue señalado en la mesa por todos los ahí presentes. Denise Dresser fue particularmente insistente en el tema de la mentira y Lorena Becerra, desde su primera participación, sugirió que los ciudadanos podrían penalizar a Sheinbaum por ignorar los cuestionamientos.
Este reclamo nos lleva a reflexionar sobre cómo determinamos quién gana un debate. Aunque las evaluaciones dependen de varios factores, dos aspectos son centrales: en un primer momento, la clave son las estrategias y su ejecución durante el debate; en un segundo, está el impacto del debate en las preferencias electorales.
El domingo pasado, apenas iniciado el debate, las estrategias de las candidatas se hicieron evidentes. Gálvez, armada con la ventaja que supone estar en la oposición frente a un gobierno acusado de numerosas fallas, no tardó en adoptar una postura ofensiva. Dirigió sus críticas hacia los errores, insensibilidades, negligencias y omisiones de la administración actual y de la candidata puntera, algunas de las cuales han tenido consecuencias fatales. Retomó algunas de sus propuestas, por supuesto, pero muy pronto quedó claro que de lo que se trataba era de exhibir, sacar de balance, batir a su contrincante. No creo que haya ejecutado con éxito esa estrategia.
Sheinbaum, por su parte, buscaba lucir presidencial, mostrando seguridad y aplomo, sin engancharse con los cuestionamientos y ataques de su contrincante. Se planteó una estrategia que ejecutó puntualmente, sobre todo porque Gálvez no logró exhibir sus evasivas o mostrar la falsedad de sus argumentos. En esta primera y más inmediata dimensión, Sheinbaum ganó la partida, aunque es cierto que dejó flancos abiertos que pueden jugar en su contra.
En la mesa de Latinus, Lorena Becerra apuntó este posible impacto en la opinión pública pues, dijo, la ciudadanía no va a dejar pasar por alto las evasivas de Sheinbaum. Tan solo un par de días después del debate fue evidente que cuando menos para el presidente López Obrador no pasaron desapercibidas, cuando enojado dijo que no le había gustado el debate porque no se había reconocido nada de los logros de su gobierno. Pero el tema relevante no es lo que piense el presidente sino millones de ciudadanos.
¿Le pasarán factura los ciudadanos a Sheinbaum en esta segunda mirada al debate? En las entrevistas posteriores al debate y sus redes sociales, Gálvez ha estado tratando de que así sea, insistiendo en que su contrincante no dio respuesta o mintió sobre temas fundamentales del debate. Habrá que esperar a las encuestas para ver qué tanto registra la ciudadanía y qué importancia les da a esas faltas de Sheinbaum.
Lo expresado y lo omitido por Sheinbaum quedará en el registro histórico, pero me sorprendería que ello lograse cerrar la brecha que la separa de Gálvez. Sin embargo, este desenlace no puede descartarse. Si los votantes, efectivamente, deciden dar más importancia a las faltas de Sheinbaum que al desempeño de Gálvez en el debate, ello indicaría que la competencia aún está abierta. Con dos debates por delante y margen para mejorar, Xóchitl todavía estaría en posibilidades de cambiar el rumbo de la contienda.