Desde el otro lado

Al día siguiente

La historia de esta elección todavía no está escrita, pero sea cual sea el resultado, habrá mucho que analizar en un contexto donde la razón queda eclipsada por las pasiones.

Estamos a pocas horas de la apertura de las casillas. Tras meses de campañas, los ciudadanos ya tenemos un panorama bastante completo de lo que cada bando propone y de lo que está en juego en estas elecciones. En un contexto de polarización sin precedentes en la historia reciente del país, las interpretaciones de quienes apoyan a una u otra candidata, sobre el momento que vive el país y las implicaciones del desenlace electoral, apuntan en direcciones diametralmente opuestas.

Para ambos grupos, el triunfo del bando opositor representa el abismo. Hace unos días, el presidente decía que lo que había en el país era “una oligarquía con fachada de democracia”. Para quienes no están con la 4T, por el contrario, lo que está en juego es nada menos que nuestra democracia. El desplegado firmado por más de 250 intelectuales en respaldo a Xóchitl Gálvez lo plantea nítidamente: “Las elecciones del próximo junio serán una confrontación entre el autoritarismo y la democracia”.

Con tanto en juego, cada bando se aferra a lo que puede para asegurar que el triunfo será suyo. Esto ocurre no solo entre activistas y analistas, sino también en los chats grupales, en las reuniones con amigos y dentro de las familias. Siempre hay un dato, un evento, una razón que apuntala el triunfo seguro de la candidata preferida.

Del lado de la alianza Juntos Haremos Historia, la argumentación se ancla primordialmente en las encuestas que le dan una amplia ventaja a Claudia Sheinbaum. El promedio de encuestas de Oraculus pone la ventaja en 17 puntos. Tal vez por ello, la candidata Sheinbaum llegó a decir que la elección era un mero trámite, aunque luego aclaró que esa afirmación había sido un chascarrillo.

Para los opositores, las encuestas no son confiables por varias razones, entre las que destacan las dificultades para acceder a zonas controladas por el crimen organizado y el miedo a perder los beneficios de los programas sociales. La disparidad en los resultados de las encuestas, aun cuando den la ventaja a la candidata oficial, es otra razón que se esgrime para decir que se van a equivocar. La ‘marea rosa’ y las marchas de hace dos domingos, en las que participaron cientos de miles de personas en la CDMX y otras ciudades del país, muestran, en opinión de ellos, el gran apoyo que tiene su candidata.

Si las encuestas fallan y la candidata Gálvez gana la elección, o al menos queda en un muy cercano segundo lugar, quienes las han realizado y la ponen muy atrás de Sheinbaum, tendrán mucho que explicar y ajustar para el futuro. La crisis de credibilidad de las encuestas sería grave y duradera. Pero más allá del gremio de los encuestadores, un desenlace así nos obligaría a redimensionar los miedos y el descontento que la 4T habría generado.

No creo que una equivocación tan grande de tantas encuestas se deba solo a errores de los encuestadores, mucho menos a que todos estén de alguna manera vendidos, como se ha llegado a decir. Un desenlace así indicaría que el descontento por los resultados del gobierno es mucho más amplio y profundo de lo que parece y que, por miedo, los encuestados no revelaron sus preferencias reales. Estaríamos ante una revuelta electoral oculta de proporciones históricas.

Si el resultado es cercano a lo que dicen las encuestas y la victoria de Sheinbaum es amplia, también habrá mucho que reflexionar. La intervención del presidente en el proceso electoral, el piso disparejo en el que se ha librado la contienda y el impacto de los programas sociales, son elementos que sin duda la han favorecido. Pero un resultado así nos obligaría a reconocer otros aspectos, como la conexión del presidente con un sector amplio de la población o el impacto real de las transferencias directas del gobierno en la vida de la gente.

Además, tendríamos que ponderar los factores que, en este escenario, habrían alejado al electorado de la oposición. Para quienes militan en estos partidos, pensar que no les favoreció el voto solo porque les jugaron sucio sería un grave error. En la democracia se vota por alternativas y, si bien Gálvez construyó una identidad atractiva a lo largo de la campaña, no pudo desligarse del PRI, el PAN y el PRD, que tan mala imagen tienen. Solo viéndose en el espejo, las dirigencias de esos partidos estarían en posibilidad de reinventarse para el futuro.

La historia de esta elección todavía no está escrita, pero sea cual sea el resultado, habrá mucho que analizar en un contexto donde la razón queda eclipsada por las pasiones. Por encima de cualquier análisis, lo que es un hecho es que seguramente habrá incredulidad, decepción, depresión y mucho enojo entre quienes queden en el lado perdedor. Frente a ello, uno esperaría que la candidata ganadora y su equipo tengan la altura de miras para buscar la reunificación del país. Veremos si así sucede.

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