Desde el otro lado

Trump o Harris: ¿Quién nos conviene?

Independientemente de quién gane en EU, el manejo de la relación bilateral será complejo. Mucho dependerá de la habilidad del gobierno mexicano, pero lo visto hasta ahora no resulta alentador.

En toda conversación sobre las próximas elecciones en Estados Unidos surge una pregunta: ¿Quién le conviene más a México, Kamala Harris o Donald Trump? En realidad, más que conveniencia, lo que hay son riesgos, pues la agenda bilateral está marcada por temas candentes. Replanteada así la pregunta, es incuestionable que Trump representa un desafío mucho mayor para nuestro país. Para nuestros compatriotas allá, su reelección sería, sin duda, el resultado más sombrío.

Independientemente de quién gane, el manejo de la relación bilateral será extraordinariamente complejo. Esta relación, ya difícil de por sí, girará en torno a tres temas potencialmente explosivos: migración, tráfico de drogas y el T-MEC. Además, las iniciativas y desplantes del gobierno de Claudia Sheinbaum, como la reforma judicial o los choques con Ken Salazar, no ayudan en nada. Para México, mucho dependerá de la habilidad del gobierno para abordar esta relación, pero lo visto hasta ahora no resulta alentador.

La migración se ha convertido en una de las principales preocupaciones de los estadounidenses en algunas encuestas a la par de los temas económicos. Esto no sorprende, pues el número de detenciones en la frontera sur en 2023 casi igualó el total registrado durante todo el mandato de Trump. Además, las imágenes de migrantes en ciudades como Chicago, Denver y Nueva York hicieron del asunto un tema nacional que trasciende las fronteras.

La crisis del fentanilo, que cobró 70 mil vidas el año pasado, refuerza una percepción negativa hacia México, ya que la opinión pública en Estados Unidos atribuye gran parte de la responsabilidad al narcotráfico y a la incapacidad del gobierno mexicano para controlar a los cárteles.

Por último, el consenso sobre el libre comercio se ha debilitado entre las élites políticas estadounidenses. Aunque el T-MEC es fundamental para las economías de ambos países, enfrenta resistencias en sectores tanto demócratas como republicanos, impulsadas por el temor creciente hacia China y un renovado proteccionismo.

Si bien tanto Harris como Trump han adoptado posturas en estos tres temas que tensarán la relación con México, Trump ha sido notablemente más severo. Sus amenazas de deportaciones masivas, la posible intervención de fuerzas especiales en territorio mexicano contra los cárteles y la imposición de aranceles punitivos —como un 60 por ciento a los productos chinos y un 20 por ciento a todas las importaciones— desafían no solo el T-MEC, sino también los compromisos asumidos en la OMC. Harris no ha ido tan lejos, pero ha recordado, por ejemplo, que se opuso a la ratificación de este tratado y, en campaña, ha criticado el impacto que ha tenido en los trabajadores de su país.

Se suele decir que la relación con Harris podría ser más difícil, a pesar de que las declaraciones de Trump han sido más incendiarias. Los demócratas tienen una agenda de preocupaciones más amplia que podría incidir en México y que abarca desde el medio ambiente y los derechos humanos hasta la democracia y la militarización. Esto es cierto, por supuesto, pero para Trump lo importante es imponer su voluntad y dejarlo en evidencia. La relación se manejaría a expensas de sus caprichos, con temas entremezclados a su conveniencia. Con los demócratas, en cambio, el manejo sería más profesional, abordando cada tema de manera separada, lo cual es una ventaja para México.

Quienes piensan que Trump no necesariamente sería tan complicado para México señalan que López Obrador logró manejarlo mediante la contención de los flujos migratorios como moneda de cambio para despresurizar otros temas delicados en la relación bilateral. Un ejemplo claro fue cómo el compromiso de desplegar la Guardia Nacional para controlar la migración evitó que Trump impusiera aranceles a nuestras exportaciones en 2019. Para Trump, aseguran, lo que importa es la migración, y en ese frente el gobierno de México tiene cómo modular su respuesta para mantenerlo en calma.

Sin embargo, en el tema migratorio, que es la obsesión de Trump, su discurso actual va mucho más allá de simplemente cerrar la frontera norte. Ahora amenaza con inundar a México con cientos de miles, quizá millones, de deportados —mexicanos y de otras nacionalidades— desde el inicio mismo de su gobierno. Esto representaría un desafío sin precedentes para el gobierno mexicano. Además, el tono de sus amenazas ha escalado también en temas de narcotráfico y libre comercio.

Esta escalada hace difícil desestimar sus palabras. Sería un error asumir que sus amenazas son solo bravatas de campaña y que, de ganar la elección, actuaría con mayor pragmatismo como presidente. La realidad es que Trump se ha radicalizado, y en una segunda presidencia habría poco que lo contuviera, posiblemente ni siquiera una mayoría demócrata en el Senado. Si figuras como Jeff Bezos y otros magnates han demostrado temerle, es porque lo consideran una amenaza real. Más vale que nosotros también lo hagamos.

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