Desde el otro lado

La revuelta trumpista

Al priorizar la agenda identitaria sobre las desigualdades de clase, los demócratas han permitido que los republicanos se consoliden como el partido de la clase trabajadora.

Tras la elección, surge inevitablemente la pregunta de cómo fue posible el triunfo arrasador de Donald Trump y los republicanos. A pesar del ataque al Capitolio, las múltiples condenas civiles y penales acumuladas, y sus cada vez más escandalosas declaraciones durante la campaña, su candidatura no solo sobrevivió, sino que prosperó. Nada de eso pesó lo suficiente para la mayoría de los votantes que, incluso frente a esos excesos —o quizá por ellos—, prefirieron a Trump frente a Kamala Harris.

Es cierto que en los temas que más preocupan a los estadounidenses —economía y migración— Trump llevaba la ventaja. Según una encuesta de salida de NBC, el 75 por ciento de los votantes afirmó haber sufrido penurias por el aumento de precios. Los estadounidenses se sienten golpeados por la inflación, culpan al gobierno de Joe Biden y confían más en Trump para resolver el problema. Algo similar ocurrió con la migración y la seguridad fronteriza. Como tituló The New York Times un artículo sobre la elección: “Los votantes estaban hartos de la migración y votaron por Trump”. El descontrol en la frontera de los primeros años del gobierno de Biden inclinó a los electores hacia la derecha, quienes adoptaron la narrativa de Trump.

También fue un factor la candidatura de Harris, que cargó con el peso del gobierno de Biden. Como vicepresidenta, la mayoría de los estadounidenses la asocian directamente con las políticas y los problemas del gobierno actual. Según CNN, casi tres cuartas partes de los votantes se declararon insatisfechos o molestos con la situación en Estados Unidos, y un 58 por ciento desaprobó el desempeño de Biden. Harris nunca logró explicar con claridad en qué se diferenciaría de Biden, y esta falta de claridad dio munición a sus opositores.

A Harris también le afectó ser vista como demasiado inclinada a la izquierda. Aunque intentó moderar algunas de sus posturas, siempre insistió en que sus valores no habían cambiado. Tal vez fue una cuestión de congruencia, pero en términos de campaña, dejó espacio para que el equipo de Trump la atacara, resaltando su supuesto izquierdismo, algo que buena parte del electorado rechazó. Esta crítica no se dirigía tanto a sus posiciones económicas, sino a temas sociales tan controvertidos como el acceso gratuito a cirugías de afirmación de género, que Trump y su equipo explotaron.

Es posible que el género también haya perjudicado a Harris. Un indicio podría ser la elevada votación a favor de Trump entre hombres blancos y, en términos relativos, entre hispanos e incluso afroamericanos, lo cual se corresponde con la campaña llena de símbolos de hipermasculinidad que promovió. También es cierto, sin embargo, que según las encuestas de salida, Trump obtuvo cerca de 60 por ciento del voto de las mujeres blancas y 40 por ciento de las hispanas. Este aspecto, por tanto, queda abierto para un análisis más profundo.

Sin embargo, creo que las razones más profundas de esta victoria residen en un rechazo a la cultura dominante de las élites liberales de Estados Unidos, una aversión que trasciende géneros e incluso razas. Uno de los factores que mejor explica este voto es el nivel de escolaridad: el apoyo a Trump fue notablemente más alto entre quienes no tienen grado universitario, especialmente entre los hombres blancos.

Es un voto de protesta contra la soberbia de esas élites que, como ha escrito el filósofo Michael J. Sandel en La tiranía del mérito, han generado un profundo resentimiento entre una población que se siente humillada y marginada. Bret Stephens, columnista de The New York Times, lo resume: “Los demócratas se han convertido en el partido de la mojigatería, la pontificación y la pomposidad. Puede que eso les haga sentir virtuosos, pero ¿cómo va a ser esa una imagen ganadora en las elecciones?”

Al priorizar la agenda identitaria sobre las desigualdades de clase, los demócratas han permitido que los republicanos se consoliden como el partido de la clase trabajadora. Biden intentó ganarse a esta clase con subsidios y estímulos económicos, pero como señala David Brooks, también columnista del diario neoyorquino, el problema es que la crisis es, ante todo, una de respeto. Por irónico que parezca, Trump, un multimillonario irrespetuoso, logró que una parte de la clase trabajadora, tanto en las ciudades como en las zonas rurales, se sintiera tomada en cuenta.

Por eso, el reto para los demócratas es enorme. No se trata solo de su postura en temas de gobierno o del perfil de su próximo candidato a la Presidencia. Deberán replantearse seriamente su relación con un electorado que no se siente representado —y que incluso rechaza— a las élites liberales con las que están tan alineados. Si los demócratas desean reconectar con una base que alguna vez consideraron propia, tendrán que empezar por reconocer el profundo desencanto de estos votantes.

COLUMNAS ANTERIORES

Trump y Sheinbaum: de poder a poder
Trump abre sus cartas

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.