Los nombramientos anunciados por Donald Trump no dejan lugar a dudas sobre el rumbo que pretende dar a su gobierno y el desafío que representa para México. Creer que sus declaraciones fueron solo palabras y que, al asumir la presidencia, se moderará sería un grave error. Trump avanza en una trayectoria de colisión con México. La situación se agrava porque Sheinbaum no tiene ni la fuerza ni los instrumentos que López Obrador tuvo para lidiar con él durante su primer mandato.
Las áreas de conflicto potencial están claras, y también la posición de Trump. Los nombres de su gabinete no dejan dudas de que va con todo. Tom Homan será su “zar de la frontera” y Stephen Miller su subdirector de política en la Casa Blanca. Miller fue el arquitecto de la política de separación de familias y Homan ha llegado a decir que si tanto preocupa la separación familiar, la solución es deportar a las familias enteras.
En el combate al narcotráfico, los nombramientos de Michael Waltz como asesor de seguridad nacional y de Marco Rubio como secretario de Estado presentan un escenario complejo. Waltz ha promovido el uso de la fuerza militar contra los cárteles mexicanos, mientras que Rubio ha afirmado que el presidente López Obrador entregó el territorio a los cárteles y probablemente exigirá una colaboración mucho mayor de México en esta lucha.
Por último, aunque Lighthizer fue uno de los arquitectos del T-MEC, es conocido por su postura proteccionista y su apoyo a los aranceles a las importaciones. Es probable que vuelva a encabezar la oficina comercial de Estados Unidos, y las reformas constitucionales en curso en México le darán con qué presionarnos de cara a la revisión del tratado en 2026.
En este contexto, es imposible pensar que Sheinbaum pueda maniobrar solo modulando el control de los flujos migratorios, como lo hizo López Obrador. Trump exigirá ahora que contengamos la migración y recibamos a millones de deportados, tanto mexicanos como de otras nacionalidades. Frente a un Trump recargado, con un equipo mucho más extremo en el tema migratorio y en otros asuntos que afectan a México, el uso de la Guardia Nacional como policía migratoria ya no es una moneda de cambio con suficiente valor para apaciguarlo. En todo caso, habrá que tener un menú más amplio de temas en los que sería posible transar con Trump.
Para el gobierno de Sheinbaum no hay salidas fáciles. Tener interlocutores directos con Trump más allá de los canales diplomáticos, podría ser útil, al igual que el grupo “de contención” que, según escribe Mario Maldonado en su columna de El Universal, se integró con miembros del gabinete y empresarios conectados con figuras del próximo gobierno de Trump. Sin embargo, ni eso garantiza que se acepte la posición de México en temas claves de la relación.
Lo que es un hecho es que pensar que al final no pasará nada no es una buena idea. Esa ha sido precisamente la ruta que había venido siguiendo la presidenta hasta antes de la elección en Estados Unidos, al menos en lo que concierne al T-MEC, ignorando todas las advertencias sobre las consecuencias negativas que las reformas constitucionales podrían tener en la revisión del tratado.
Envolverse en la bandera nacional y jugar a las vencidas tampoco es el camino. Si Trump y su gobierno aprietan, no dudo que exista la tentación de jugar la carta nacionalista para culparlos de todos los males. Al final de su sexenio, López Obrador agarró pleito con la embajada de Estados Unidos por la reforma judicial y la detención del Mayo Zambada. Desde entonces, la relación con Ken Salazar se ha vuelto más ríspida, al grado que el gobierno mexicano acaba de enviar una nota diplomática por la crítica del embajador a la estrategia de “abrazos, no balazos”. En realidad, estos son temas menores frente a lo que debemos esperar que suceda con Trump ya en la presidencia.
La presidenta Sheinbaum deberá calibrar sus respuestas para evitar enfrentamientos, ya que somos quienes más tenemos que perder dada la asimetría en la relación bilateral. López Obrador supo acomodarse con Trump y evitó la confrontación, aunque tuvo que tragarse varios sapos en el proceso. Sin embargo, López Obrador contaba con un “teflón” del que Sheinbaum carece. Además, ante cada provocación, la presidenta estará mucho más presionada por los sectores duros dentro de su propia coalición para responder con firmeza, lo cual la colocará entre la espada y la pared.
Sin el control que López Obrador tuvo sobre su movimiento, sin una moneda de cambio significativa y con un país más expuesto en los ámbitos comercial y financiero, en gran parte por las acciones de su propio gobierno, como la reforma judicial, el camino para Sheinbaum está plagado de minas. No queda claro cómo logrará salir ilesa de este reto, pero, por simple que parezca, el mejor consejo es actuar con sangre fría, como lo planteó Marcelo Ebrard.