Andrés Manuel López Obrador siempre tuvo en mente eliminar todos los contrapesos institucionales al poder presidencial. Aunque fue diseñado por él, el verdadero beneficiario del llamado Plan C no fue López Obrador, sino la presidenta Claudia Sheinbaum. Con mayorías calificadas en ambas cámaras, un Poder Judicial sometido, órganos autónomos debilitados y una oposición prácticamente inexistente, estamos ante un nuevo régimen donde Sheinbaum podría concentrar más poder en sus manos que cualquier presidente desde, al menos, Carlos Salinas de Gortari. En parte por ello, Forbes la nombró la cuarta mujer más poderosa del mundo.
Sin embargo, lo que se percibe hasta ahora es muy distinto. No estamos, por supuesto, ante la Presidencia suelta y dispersa al estilo Montessori de Vicente Fox, pero tampoco ante la imponente y temida de López Obrador. Aunque Sheinbaum cuenta con un poder institucional enorme, aún no ha demostrado verdadero poder político ni un estilo definido de liderazgo. No tiene el control de Morena, y quienes deberían estar operando a su favor parecen hacerlo más bien para López Obrador o para sus propios intereses.
Esto contrasta con Donald Trump, quien, aun antes de tomar posesión, ya ostenta un poder político descomunal gracias al control de MAGA y al respaldo casi religioso de sus seguidores. Esto se evidencia en cómo está imponiendo la candidatura de Pete Hegseth como jefe del Pentágono, pese a estar acusado de abuso sexual. Aunque el ruido inicial generado por esta nominación hizo dudar a Trump, una vez decidido a impulsarla, movilizó a sus aliados en los medios y en MAGA, logrando alinear a todos los senadores republicanos, incluida Joni Ernst, veterana de combate y defensora de los derechos de las mujeres en el ejército.
El poder de Trump no solo radica en su comando sobre su movimiento, sino en su capacidad para intimidar. Un ejemplo: ABC News aceptó pagarle 15 millones de dólares y ofrecerle una disculpa pública por una frase de un conductor que, según expertos, era perfectamente defendible judicialmente. Se interpretó que el presidente de Disney prefirió el arreglo para proteger otros intereses corporativos. Este acuerdo envalentonó a Trump, quien ya ha demandado a otros medios sin fundamentos sólidos. Su objetivo es claro: mantener a quienes no están con él a la defensiva y atemorizados. Apenas ayer, tras una reunión con Elon Musk y Jeff Bezos, Trump escribió en su red social: “TODOS QUIEREN SER MIS AMIGOS”, presumiendo cómo incluso el dueño del Washington Post fue a rendirle pleitesía.
López Obrador comparte con Trump la habilidad de mantener en línea a los suyos y el gusto por poner a sus críticos y detractores a la defensiva y bajo presión. Sheinbaum, en cambio, no ha logrado, y quizá ni siquiera ha intentado, establecer un liderazgo similar. Fue la candidata de un movimiento que no creó ni comanda. Y aunque la banda presidencial impone, con frecuencia parece que incluso los suyos actúan por su cuenta, sin tomarla en consideración. El ejemplo más reciente es el enfrentamiento entre Monreal y Adán Augusto, con acusaciones de corrupción lanzadas sin reparo, que evidenciaron cómo cada uno persigue sus propios intereses al margen de los de la presidenta. Aunque por ahora dejaron de lado el pleito, quedó la impresión de que ninguno fue reprendido ni pagó los platos rotos.
Ejemplos como estos hay varios. La presidenta parece no haber tenido como primera opción la reelección de Rosario Piedra en la CNDH, y eso fue lo que sucedió. Cuestionada sobre la incorporación de Jorge Luis Lavalle, involucrado en el caso Odebrecht, al equipo de Layda Sansores, la presidenta dijo que ella no lo hubiera hecho, lo que a la gobernadora no pareció importarle mucho, pues salió a defenderlo y ratificarle su confianza. Y, por supuesto, también está esa penosa Rayuela de La Jornada en la que le recetó a la presidenta un “Mucho cuidado con el tono, chula”, para advertirle de los riesgos de confrontar a Trump.
No sé qué esté detrás de este tipo de jugadas, pero la óptica de todas ellas no podría ser peor desde una perspectiva de poder, pues lo que parece es que se le imponen a la presidenta, la ignoran o la tratan en forma condescendiente. Nunca vimos algo así con López Obrador y ese contraste tampoco ayuda.
Paradójicamente, Morena y sus aliados cuentan hoy con mayorías más amplias que en el pasado, y el Plan C ha concentrado más poder en la Presidencia que el que jamás tuvo López Obrador. Sin embargo, Sheinbaum aún no parece decidida a asumir plenamente el liderazgo sobre Morena ni a consolidar su propio proyecto presidencial. Tiene tiempo para hacerlo, ya que el sexenio apenas cruza los primeros cien días. Queda por ver si lo consigue y qué tipo de liderazgo es el que finalmente asume.