El caso Teuchitlán estremece por donde se le mire. Este miércoles, el fiscal general, Alejandro Gertz Manero, afirmó que, debido a las irregularidades y omisiones de la Fiscalía de Jalisco, no se puede confirmar que se trate de un campo de exterminio. Aun así, reconoció que los restos óseos hallados en el rancho Izaguirre son humanos y que algunas identificaciones encontradas pertenecen a sicarios detenidos en otras partes del país.
Como mínimo, se trata de un centro de entrenamiento del crimen organizado donde un número aún indeterminado de jóvenes, probablemente llevados ahí con engaños, fueron asesinados. Nada de esto era público hasta el 5 de marzo, cuando el grupo Guerreros Buscadores de Jalisco denunció el hallazgo de restos humanos. Esto, a pesar de que la Guardia Nacional había cateado el rancho desde el año pasado y la fiscalía del estado había iniciado investigaciones. El estado conocía el caso, pero lo dejó en el abandono.
Las imágenes estremecedoras de cientos de prendas y zapatos abandonados en el lugar, la inacción —y posible complicidad— de las autoridades, y la aún latente posibilidad de que se trate de un campo de exterminio han vuelto inevitable la comparación con Ayotzinapa. Después de todo, este sitio podría haber sido escenario de ejecuciones incluso más numerosas que las de los 43 normalistas en 2014.
Por eso, algunos advierten que Teuchitlán podría convertirse en el Ayotzinapa de Claudia Sheinbaum, un escándalo que, como ocurrió con Peña Nieto, marcaría un punto de quiebre para su gobierno. La gravedad del caso es innegable, y los hallazgos permiten ciertos paralelismos. Los familiares que han identificado pertenencias de sus seres queridos dan testimonio del horror que tantos han vivido en la búsqueda de desaparecidos.
Sin embargo, me parece muy difícil que Teuchitlán se convierta en un nuevo Ayotzinapa, aunque muchos desearían que así fuera. No digo, por supuesto, que todos los que hacen esa comparación tengan esa intención, pero sería ingenuo ignorar que, desde la llegada de López Obrador al poder, algunos han estado buscando un punto de inflexión que desestabilice y arrastre a la 4T al abismo.
La diferencia fundamental no radica tanto en la respuesta desde la Presidencia ni siquiera en el horror de los hechos, al menos como los conocemos hasta ahora. Lo que realmente distingue ambos casos es un factor más profundo: la legitimidad del gobierno en turno o, en un sentido más amplio, la del nuevo régimen político. Lo que hace casi imposible que Teuchitlán sea Ayotzinapa es el contexto político en el que ocurre cada tragedia.
Se puede criticar a López Obrador en muchos frentes, pero es innegable que construyó un capital político enorme que Sheinbaum ha mantenido e incluso podría haber ampliado. La 4T goza de una legitimidad infinitamente superior a la que tuvo el PRI en sus estertores bajo Peña Nieto.
Aunque ganó la elección, Peña Nieto llegó con apenas el 38 por ciento del voto, golpeado por el movimiento #YoSoy132. Su aprobación, en su mejor momento, apenas superó el 50 por ciento. Nunca tuvo un respaldo tan amplio y sólido como el de López Obrador o Sheinbaum, quienes han construido una base dura de apoyo que, en algunos casos, roza el fanatismo. La diferencia no es solo numérica, sino en la intensidad de los sentimientos que cada apoyo refleja.
Errores graves de la coalición gobernante, como la decisión de Morena de abandonar el Pleno para romper el quórum y evitar la discusión sobre Teuchitlán o aceptar una coadyuvancia internacional, podrían elevar los costos políticos para la presidenta. El desorden en las investigaciones y el mal manejo de la relación con los colectivos, como ocurrió este jueves con el acceso al rancho y la “desaparición” de pertenencias previamente encontradas, constituyen errores que también pueden costarle al gobierno.
Con todo, Sheinbaum tiene un capital político que Peña Nieto nunca tuvo. Además, del lado opositor, Ayotzinapa tenía todo para convertirse en un caso gigante. Los normalistas gozaban de una identidad colectiva clara y una legitimidad histórica, al menos dentro de la izquierda mexicana. Desde el inicio, sus familiares demostraron una gran capacidad de movilización y contaron con el respaldo de López Obrador y la fuerza de su voz. En Teuchitlán, no hay nadie con ese nivel de liderazgo. Los colectivos de buscadores podrían asumir ese papel, pero carecen de la experiencia política y del apoyo partidista que tuvo López Obrador. Los partidos de oposición actuales son irrelevantes.
Por ello, a pesar de los horrores que revela y de los errores inexcusables de las últimas horas, Teuchitlán no será Ayotzinapa, al menos no en el ámbito político. El afán de algunos por encontrar un punto de quiebre en el gobierno de Sheinbaum seguirá latente, esperando la próxima crisis. Pero esa espera podría ser larga, porque, como evidencia este caso, el régimen tiene una gran capacidad para resistir adversidades.