No importa que la administración de Zoé Robledo al frente del Instituto Mexicano del Seguro Social esté manchada por corrupción y muertos. Qué problema es negar medicinas, prensar niñas en elevadores y contratar ambulancias aéreas que se caen. Qué más da negar evidencias de denuncias y videos, si la presidenta Sheinbaum dirá en la mañanera que “se está haciendo un gran trabajo”.
Más allá de la rumorología que ha acompañado la desastrosa gestión en el IMSS, donde un día sí y otro también se da por hecho que Zoé presenta su renuncia o de plano lo remueven, hay un hecho incontrovertible: la implacable realidad indica que ni somos Dinamarca, ni el problema del desabasto de medicamentos se resolverá este mes, ni mucho menos dejan de suceder tragedias humanas, historias reales de mexicanos que enfrentan la destrucción del sistema de salud pública nacional.
Todos los días millones de derechohabientes peregrinan horas, días, semanas y hasta meses por las unidades familiares, clínicas y hospitales del IMSS. Y persiguen desde una simple receta hasta un tratamiento especializado o una intervención quirúrgica cuya urgencia es lo de menos: la capacidad instalada y los recursos financieros, humanos y materiales están completamente rebasados.
Vaya por un fuerte doble, porque les voy a contar una de esas historias que echan abajo cualquier declaración mañanera, discurso o boletín de prensa que busca negar lo innegable.
El pasado día 20 de febrero, un paciente cuya identidad me reservo, ingresó a la Clínica 68 del IMSS, ubicada en el municipio de Ecatepec, por un probable cuadro de derrame cerebral. Horas después, el diagnóstico fue confirmado, pero -agárrese- esto fue luego de que la familia tuvo que pagar una tomografía que no podían hacer en el propio nosocomio por carecer del equipo necesario para ello.
Y si no había tomógrafo, qué creen: ¡tampoco había neurólogo! Así como lo oyen. Pero algún chairo alegaría que al paciente le ofrecieron atenderlo en el Hospital General de La Raza. Y sí. Nada más que el traslado en ambulancia también tuvo que ser cubierto por los familiares con un servicio particular. ¡Quihúboles!
Pero, oh decepción, al llegar a La Raza el desventurado paciente no pudo ser hospitalizado por “falta de cupo”, y fue regresado a Ecatepec. Qué poca.
Eso sí, le hicieron el favor de recomendarle una segunda tomografía y al cabo de cinco días se le practicó, aunque tampoco fue cubierta por el instituto (cómo creen), y luego de la cual volvieron a enviarlo a La Raza (en oootra ambulancia particular).
La segunda valoración determinó que el paciente no era candidato a una intervención quirúrgica, pero tampoco fue ingresado al hospital general para su tratamiento terapéutico, a pesar de que así lo solicitó por escrito la jefa de urgencias del hospital 68 de Ecatepec, a donde fue regresado nuevamente a pesar de la obviedad de que ahí no se contaba con los recursos para atenderlo. ¡Una semana para nada, en una camilla de urgencias y solamente con suministro de omeprazol y medicamentos para diabetes!
Los días pasaron y a pesar de solicitarlo, los familiares jamás fueron recibidos por el director de la clínica, un doctor de apellido López Tapia.
Fue un viacrucis de 14 días hasta que el 6 de marzo le llegó la muerte a este derechohabiente del IMSS que quizá votó por Morena y por su promesa de mejorar los servicios de salud a los que tenía derecho.
Vayan por un fuerte doble, porque ahí no acabó el calvario. El doctor Pablo García, a quien se le solicitaron los trámites para la entrega del cuerpo, les informó que al no haber servicio de elevadores en el nosocomio, ellos mismos tendrían que bajar el cadáver por las escaleras. “Si quieren arrastren con una sábana, porque no es mi responsabilidad que el elevador esté descompuesto”, les dijo el infeliz.
Total, después de más de 10 horas, al final no contaron con el apoyo ni de camilleros ni otro tipo de personal para bajar a su difunto, a quien se llevaron sin reconocimiento del cuerpo ni nota de salida. ¡Como lo están leyendo!
Y sin embargo, en respuesta al video que documenta esta denuncia, el IMSS tuvo el cinismo de poner en tela de juicio que no había elevadores o falta de personal.
El caso es que el director del IMSS ahí sigue, mientras suceden cosas que a cualquier otro mortal ya le hubieran costado algo mucho peor que perder la chamba. Por eso, ¡yo quiero ser como él!