Ayer López Obrador anunció una lista de veinte reformas que constituyen una suerte de plataforma de una nueva campaña presidencial, aunque él ya no estará en la boleta. Hace algunas semanas había dicho que presentaría tres reformas en el entorno de su plan C: la electoral, la del Poder Judicial y la de la transferencia de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional, pero el presidente sumó temas y más temas de tal forma que lo que era un plan acotado se convirtió en una extensa carta a Santa Clos.
López Obrador propone eliminar plurinominales, elegir ministros y jueces por voto popular, revertir la reforma de pensiones de Zedillo, desaparecer órganos autónomos. También cambios para darle vida a reformas legales o decretos revocados por inconstitucionales como prohibir el uso de vapeadores u otros que contradicen tratados comerciales como prohibir el maíz transgénico.
Finalmente, añadió sueños cándidos: prohibir el uso de fentanilo como si una ley cambiara la realidad o garantizar los servicios médicos gratuitos, una promesa que su gobierno ha incumplido.
No vale la pena discutir a fondo las propuestas porque se trata —primordialmente— de propaganda y porque a López Obrador no le interesa mejorarlas, sino confrontar y acusar a quienes disientan de conservadores. Ayer, en su discurso, jamás convocó a un diálogo con la oposición, a la que solo fustigó.
Además de propaganda electoral para hacer campaña —si quieres una pensión digna vota por Morena—, López Obrador quiere dejar agenda a su sucesora. Dijo ayer que su propuesta de temas era para debatir y aprobar por esta y la siguiente legislatura. Con esta carta de Santa Clos, López Obrador ya se metió a la cocina del siguiente gobierno.
Es la primera vez en la historia moderna de México que hay dos campañas oficiales: una encabezada por el presidente de la República para garantizar su legado histórico; otra de la candidata oficial que quiere ganar la elección.
López Obrador se adueñó del contenido y orilla a Sheinbaum a una campaña protocolaria. ¿Qué otra cosa puede decir la candidata oficial que no sea repetir las frases de AMLO y cantar loas a la agenda del presidente? ¿Cómo podrá Sheinbaum imponer sello propio a su eventual gobierno si su jefe le ha robado los reflectores por completo? ¿Qué ofrece Sheinbaum diferente que no sea la continuidad que ya ha trazado López Obrador?
Si Morena gana la mayoría calificada el 2 de junio, algo casi imposible de ocurrir, López Obrador emprenderá varias de estas reformas antes de irse el 30 de septiembre. Si ello ocurriese, dejará la mesa servida para que, en caso de que gane, Claudia Sheinbaum se vea obligada a adoptar como herencia todas estas decisiones que el presidente busca imponer para garantizar su legado histórico.
Si Morena no logra los votos, López Obrador forzará que se voten en el Congreso para dejar testimonio y que su rechazo sea una agenda pendiente del nuevo gobierno.
Finalmente, la oposición enfrenta un dilema. Si combate las propuestas del presidente por populistas, irresponsables o concentradoras del poder, le hará el juego porque amplificará su mensaje. Cada vez que la oposición diga que no hay recursos para fondear pensiones al 100 por ciento, por ejemplo, le dará una bala de oro al gobierno.
Quizá la mejor arma de contraataque sea la indiferencia. O doblar la apuesta de algunos temas. Y proseguir con su propio mensaje de futuro, dejando de lado a López Obrador.