Pon una rana dentro de una olla con agua templada. Prende el fuego en la mínima potencia. La rana no será capaz de notar el cambio de temperatura gradual e, ingenua, acabará cociéndose lentamente. En cambio, mete la rana directamente en agua hirviendo y esta saltará y salvará su pellejo. En lo que respecta al auge de la ultraderecha, somos (o hemos sido) como la primera rana.
En 2016, ante la primera victoria electoral de Donald Trump, el agua estaba quizás demasiado tibia. Si bien es cierto que muchos analistas y actores políticos señalábamos los peligros de ese resultado, había un clima generalizado de mesura (¿e ingenuidad?) y el respeto a los procesos democráticos nos llevaba a conservar la calma. Teníamos un exceso de confianza en el institucionalismo que sobrevaloraba el papel de los contrapesos políticos.
El historiador Robert Paxton, pionero en el estudio del fascismo y la Francia de Vichy y autor de Anatomía del fascismo, libro que revolucionó el campo al redefinir el concepto con un enfoque en la acción más que en la ideología, nos había aconsejado entonces ser cautelosos en el uso de la etiqueta “fascista” para describir el trumpismo. Paxton argumentaba que el adjetivo, sobre todo dentro del pensamiento progresista, se tendía a sobreusar y, por lo tanto, se vaciaba de significado. Si todo aquel con el que no estamos de acuerdo es un fascista, entonces el término pierde su poder explicativo y político. El asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, fue lo que hizo que Paxton cambiara de opinión: el historiador reconoce ahora que las comparaciones entre Trump y Mussolini son acertadas conceptualmente.
Ahora que existe mayor conciencia del resurgimiento a nivel global del extremismo político de derechas, es importante entender tres factores que dieron pie a este fenómeno y que permiten su continuidad:
1. Existencia de una crisis económica y/o social. Los discursos y movimientos de ultraderecha ganan prominencia en contextos en los que hay severos problemas económicos, como niveles altos de desempleo, inflación, pobreza y desigualdad. Aquí tenemos el claro ejemplo de Argentina con Javier Milei, la cual venía de encadenar más de 10 años de inflación desmedida, o de El Salvador con Nayib Bukele, país que se enfrentaba a una crisis extrema de inseguridad y violencia. Treinta años de neoliberalismo a nivel global han erosionado los tejidos sociales, creando el caldo de cultivo perfecto para este acontecer político.
2. Falta de alternativas políticas tanto a la izquierda como a la derecha. Esto, aunado a una crisis de credibilidad en las instituciones democráticas tradicionales, orilla a los ciudadanos a ver con buenos ojos los discursos extremistas. La derecha tradicional se vuelve obsoleta y su falta de dinamismo y frescura la aleja de los votantes. Mientras tanto, las izquierdas en la ya longeva disyuntiva entre redistribución y reconocimiento (Nancy Fraser y Axel Honneth) han privilegiado la segunda vía. Las políticas identitarias han sido muy importantes para visibilizar la violencia patriarcal, la homofobia y el racismo, pero no han logrado convencer a una mayoría social que, paradigmáticamente en el caso de Estados Unidos, se ha dejado seducir por discursos excluyentes.
3. Polarización y guerra cultural. Las nuevas derechas se alimentan de climas políticos convulsos en los que la indignación, la polémica y la posverdad dominan los debates. Ante esto, las redes sociales —dominadas por un algoritmo que privilegia el like, el retuit y la viralidad, y aísla a los ciudadanos en burbujas al mostrarles únicamente el contenido con el que es más probable que interactúen— se convierten en las nuevas plazas públicas donde se discute la actualidad política. De esta manera, las nuevas generaciones están expuestas en mayor medida a los discursos de extrema derecha que se vuelven populares en Internet.
Ante este preocupante panorama, ¿dónde está el freno de emergencia?
Necesitamos construir alternativas políticas que privilegien la comunicación y la formación de mayorías sociales. Debemos huir de los discursos políticos sobreintelectualizados y que no apelan a los ciudadanos de a pie. Esto no quiere decir que tengamos que caer en la mera retórica y en los análisis simplones, pero sí que no podemos ignorar el éxito discursivo de la ultraderecha y que debemos, más bien, aprender de él. También deberíamos aprender de figuras como Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez, quienes recientemente han logrado convocar a multitudes en sus más recientes mítines y se están estableciendo como la oposición más popular al trumpismo.
Lectura recomendada: Antisocial. La extrema derecha y la “libertad de expresión” en Internet de Andrew Marantz (Capitán Swing).
Gracias al apoyo de LGCH en lecturas y conversaciones para que mi colaboración no se interrumpa por razones médicas.