Segundo piso

Trump y Mamdani: encuentro de dos mundos

El primero, un autodeclarado socialista democrático; el segundo, aunque originario de la misma ciudad, es punta de lanza mundial del nacionalismo conservador y un populista de derecha.

En el lenguaje político observamos metáforas bélicas que muestran el nivel de polarización: se habla de guerras culturales, batallas ideológicas, enemigos internos y traidores a la patria.

En un clima así, imaginar a dos figuras como el alcalde electo de Nueva York, Zohran Mamdani, y Donald Trump sentados en una misma mesa para dialogar y alcanzar acuerdos parecía un absurdo.

El primero, un autodeclarado socialista democrático; el segundo, aunque originario de la misma ciudad, es punta de lanza mundial del nacionalismo conservador y un populista de derecha. Trump lo llamaba comunista; Mamdani, déspota fascista.

Tras la reunión que sostuvieron el viernes pasado, la pregunta ya no es si Trump y Mamdani se quieren o no, sino si son capaces de reconocer que viven en una misma comunidad política y que comparten, al menos, la necesidad de resolver problemas concretos que afectan a millones de personas, en donde los intereses de ambos confluyen.

Una semana antes, Mamdani y la gobernadora del estado de Nueva York, Kathy Hochul (demócrata moderada), abordaron cómo prepararse ante la posibilidad de que la Casa Blanca enviara una oleada de agentes antinmigrantes de ICE o un despliegue de tropas de la Guardia Nacional, como ha ocurrido en California o Illinois.

Anticipándose a la situación, Mamdani solicitó el encuentro con Trump y puso en la mesa temas clave en torno a la promesa de hacer asequible la ciudad.

Le argumentó a su rival ideológico que el diez por ciento de sus votantes también eligieron a Trump, básicamente por el rechazo al financiamiento de guerras alejadas y por los altos niveles de inflación.

La reunión visibiliza un problema democrático contemporáneo: si la política renuncia a principios y compromisos éticos y los reemplaza por un pragmatismo puro y duro, se termina desconfigurando la identidad de los proyectos y la naturaleza de la representación.

Así se podría explicar, por ejemplo, el declive de PRI, PAN y PRD. Por el contrario, si se renuncia a la negociación entre diferentes, se claudica en el ejercicio mismo de la política y el actor de menor poder puede acabar rodeado de trasatlánticos de guerra en el Caribe o con la Guardia Nacional recorriendo la Quinta Avenida.

El pragmatismo político es la conciencia de que la realidad social es más compleja que cualquier ideología y que ninguna fuerza política posee, por sí sola, toda la verdad, toda la justicia o todo el poder.

Un político puede ser profundamente progresista o conservador, pero cuando se enfrenta a la tarea de gobernar, encuentra límites: los recursos son finitos, los poderes están distribuidos, las instituciones marcan reglas y, sobre todo, convive con otros proyectos de país minoritarios, pero con cierta representación y apoyo social.

Ser pragmático significa aceptar que la política democrática es el arte de lo posible. Se parte de ideales, pero el camino hacia su consecución pasa por reformas legislativas, acuerdos parciales con aliados de una coalición y compensaciones inevitables.

La coincidencia no nace de una comunión ideológica, sino de una constatación compartida de problemas concretos y urgentes.

Ninguna negociación sólida ocurre sin diálogo político. El diálogo busca la comprensión mutua mínima que permita sostener la coexistencia. No se trata de que Mamdani termine pensando como Trump, o viceversa, sino de algo más simple y exigente: que cada uno entienda de dónde viene el otro, qué temores expresa, qué aspiraciones representa y qué límites no puede traspasar sin perder el apoyo de los suyos.

El diálogo implica un reconocimiento básico de legitimidad: aceptar que el otro no es una ficción mediática ni una anomalía moral, sino la expresión política de un sector real de la sociedad. Ese reconocimiento no borra la crítica, la hace más precisa.

Con todo, hay principios éticos que no deben ser sacrificados en una mesa de negociación. La dignidad humana, el rechazo de la violencia política, la oposición a políticas racistas, de discriminación y exclusión, la defensa de procesos electorales limpios y competitivos son mínimos no negociables.

Los retos son: conservar la capacidad de llegar a acuerdos cuando la situación lo exige y, al mismo tiempo, mantener viva la tensión con el orden existente para no perder la fuerza transformadora que le da sentido a su participación en política.

Que dos figuras tan distantes como Mamdani y Trump encuentren un punto de entendimiento no significa que sus proyectos sean conciliables. Significa algo más básico: que aún reconocen al otro como parte del mismo espacio político, que aún aceptan reglas comunes, que aún prefieren la disputa intensa y el acuerdo tenso a la ruptura absoluta.

Mientras esa posibilidad exista, la democracia, con todos sus defectos, seguirá siendo un horizonte defendible.

Lectura sugerida: “La polarización política en Estados Unidos”. de Josep Colomer (Debate).

Gracias, LGCH.

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