En el verano de 2008 tuve ocasión de visitar La Coruña para el Trofeo Teresa Herrera, que disputaron el Deportivo, Cruz Azul, Atlético de Madrid y el Sporting de Gijón. El Depor tenía dos jugadores mexicanos, Andrés Guardado y Omar Bravo; el Atleti tenía en Javier Aguirre a su entrenador y a Nacho Ambriz como su segundo; ellos y la participación de La Máquina dieron a aquel torneo de pretemporada un toque muy mexicano.
Sin embargo, tanto Bravo como Guardado estaban en Selección Mexicana y no disputaron ese cuadrangular. El Tricolor se midió a Honduras en un juego eliminatorio al Mundial 2010 que el delantero jugó media hora y el mediocampista, todo el partido. El momento me permitió indagar sobre la percepción que había sobre ambos, sin que ellos estuvieran ahí. El “Principito” era adorado por todos; uno de los ídolos en un plantel que el año anterior había conseguido clasificarse a la Copa UEFA vía Intertoto, de la mano del entrenador Miguel Ángel Lotina. Bravo, quien llegó como jugador libre con muchas expectativas en ese verano, nunca se adaptó y se marchó de regreso a México en enero.
Es relevante contar esto porque Guardado solo tenía un año en el club cuando esto pasó. En su meteórico ascenso, eso era muchísimo tiempo. Andrés debutó en el Atlas, donde estuvo dos años en los que vivió una convocatoria al Mundial con apenas dos torneos cortos de experiencia; una titularidad ante Argentina en Octavos de esa Copa con una destacadísima actuación, y una suculenta oferta del PSV Eindhoven que fue rechazada porque llegó una aún mejor del Deportivo. El joven lateral izquierdo, convertido en mediocampista ofensivo, incluso tuvo ocasión de despedirse del club de sus amores en un amistoso ante San Lorenzo. Salió por la puerta grande de un equipo por primera vez.
En tierras gallegas, el mexicano vino, vio y ganó. Estuvo en los mejores momentos y, cuando llegaron los peores, descendió… pero se quedó a cumplir su contrato y, luego de regresar a Primera, se marchó como héroe de un club por segunda vez.
Llegó al Valencia, un equipo que estaba un escalón arriba que el Deportivo en términos de aspiraciones, pero un mal momento del club le impidió ser indiscutible -aunque sí era titular, por lo que se fue cedido el segundo semestre de su segundo año al Bayer Leverkusen, donde disputó la Champions, aunque solo dos juegos, un par de dolorosas derrotas ante el PSG y la eliminación en Octavos. Por lo demás, no alcanzó a ser relevante.
Ya no volvió al Valencia y fue cedido al PSV un año, para luego ser transferido de forma definitiva al cuadro neerlandés. Ahí ganó las dos únicas Ligas en su carrera (hasta ahora). Por supuesto, alcanzó el nivel de ídolo en Eindhoven, fue un jugador que recibió el cariño de la afición y, después de tres años ahí y marcharse como ídolo, por tercera vez, se despidió de la afición en medio de una sonora ovación.
Después, llegaría a otro club donde consolidaría su legado: el Real Betis Balompié.
Con el Betis, del que se va siendo el capitán, acumuló números legendarios: el extranjero con más partidos en la historia del club, se convirtió en el mexicano con más temporadas y más partidos en Europa, y también ganó una Copa del Rey. Ayer fue anunciado como jugador del León y, dentro de los posteos de ambos equipos, el cuadro bético ratificó lo que nosotros, como mexicanos, creíamos que se merecía: se va una “leyenda del club”, un adiós entre vítores por cuarta vez.
En Selecciones, no hay mucho más que decir sobre el tamaño de su carrera: el jugador con más partidos (179), top 10 de goleadores (28), cinco Copas del Mundo, capitán en un Mundial…
Andrés Guardado se fue de México con 20 años y vuelve a los 37, luego de una longeva y exitosa carrera en Europa. En León, lo reciben con alfombra roja en medio de un emotivo video en el que cuentan una historia alternativa del clásico libro El Principito; en esta versión vuelve para enseñar lo que ha vivido. Harán falta vidas para aprender lo que puede enseñar Andrés. El excapitán de México y del Betis lo ha hecho todo bien, incluso la elección del club al que vuelve, un proyecto muy ambicioso, con un futbol atractivo y en el que sus características actuales, en el papel, parece ideales para triunfar. Aunque no regresa al Atlas, que lo vio nacer, sí lo hace a un equipo que apunta alto, porque el mediocampista tiene el adjetivo “competitivo” corriendo por sus venas.
Decir “nunca te acabes, Principito”, más que un deseo parece un augurio.