Director General de Seguridad Privada de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana
Frente a la escasez de componentes y de productos terminados, ya sea de un horno de microondas o de una camioneta familiar que no cuenta con chips electrónicos durante su ensamblaje, los consumidores del mundo han podido recibir apoyos, ahorrar y administrar sus ingresos y gastos como en pocas ocasiones en el último siglo.
Sin embargo, ese es un aspecto que podría incidir en un desequilibrio económico que todavía le dé un impulso a la inflación y descomponga los pronósticos de los mercados sobre la recuperación. Tan malo es gastar sin planeación, como no hacerlo.
El problema es que ese circulante que ya se encuentra en la economía no puede incidir en la producción porque la pandemia ha obligado a que se reduzca la fabricación de componentes básicos, ha disminuido las cadenas de producción o las ha hecho lentas por los tiempos de traslado por su ubicación en países que hoy se encuentran demasiado lejos
Ahí es donde México tiene una gran oportunidad para que esas cadenas de suministro se relocalicen y se empaten con aquellas que están en Estados Unidos y Canadá. El T-MEC lo permite y lo fomenta, por lo que llegar a acuerdos en ese sentido será fundamental para darle mayor velocidad a la recuperación.
No obstante, el aumento de precios en bienes debe ser la prioridad de los bancos centrales, así como el control del endeudamiento. Pronto podemos ver naciones que estarán empantanadas por las deudas y dirigiendo la mayoría de sus ingresos fiscales al pago de intereses, que además se acumularán por la compra de vacunas, medicinas y materiales sanitarios.
Las naciones que no hayan contratado deuda, sobre todo de corto y mediano plazos, estarán en una posición correcta para uno o dos rebotes que dará la economía internacional a finales de este año y durante el primer semestre del 2022.
Sin embargo, estar como antes de la pandemia no es ninguna garantía de prosperidad. El cambio climático ya hizo el año pasado y en lo que va de este, daños en la producción de alimentos y cambios radicales en las vías de traslado de mercancías, lo mismo que en ciudades y capitales que no se habían enfrentado a olas de calor o a inundaciones fatales como las de ahora.
Esos extremos en el clima amenazan también a la industria turística, de por sí golpeada por las restricciones de salud impuestas por la Covid-19, y el mercado inmobiliario de ciudades enteras que se verán afectadas por la fuerza de fenómenos naturales hasta ahora benignos o inexistentes.
Por ello, a la par de continuar con la vacunación mundial y ayudar con dosis a las naciones que van más rezagadas, la estrategia global para bajar la temperatura del planeta debe entrar en acción con objetivos medibles y con plazos bien establecidos.
De nada servirá que podamos restablecer el consumo de bienes y servicios si éstos son demasiado caros. Además, entorpecerá la recuperación del poder adquisitivo, un problema que aqueja a las principales economías, por el poco crecimiento de los salarios durante varias décadas y la concentración en muchos mercados.
Las condiciones que nos obligaron a detenernos podrían terminar, pero los efectos de acelerarnos también resultarían peores. Demasiado de lo que sea produce excesos y éstos, desequilibrios que marcan por muchos años.