No hay duda de que los mercados navegan en la incertidumbre y sus respuestas a lo que ocurre con la pandemia, o con cualquier otro evento que altera la economía mundial, pueden estar motivadas por apuestas de corto y mediano plazos, más que por la urgencia de cambios que son necesarios para adaptarse a una nueva realidad.
El ejemplo más reciente fue la nueva variante de coronavirus, más contagiosa, sí, pero menos letal que la que nos afectó antes por el simple hecho de que no parece afectar a los pulmones, de acuerdo con los últimos hallazgos científicos.
Sin embargo, eso no impidió que durante varias semanas la economía del planeta estuviera en vilo por los posibles impactos que podía tener una posible cuarta ola. Europa, particularmente, ha decidido no correr riesgos y muchas de sus naciones han reaccionado casi como al inicio de la pandemia, y Estados Unidos está buscando formas en que su población no vacunada pueda hacerlo ya sin que una decisión gubernamental traslade un asunto de salud pública al terreno político.
No obstante, en esta convulsión también surgen análisis y medidas sobre los pasos que deben darse para que existan cadenas de suministro diferentes, equilibrios en las formas en que se producen muchos productos, la relación del trabajo con los miles de personas que no están dispuestas a regresar a sus puestos en las condiciones de antes, y hasta el rediseño completo de industrias que ya no pueden arriesgarse a ignorar el cambio climático o el impacto de nuevas contingencias sanitarias.
Estas consideraciones ubican a México en una posición favorable que no había surgido en las últimas décadas. La posibilidad de que pueda formarse un bloque económico norteamericano, que también abarque a Centroamérica y a varias naciones del Cono Sur, no solo es posible, sino conveniente para el mundo.
Nuestro continente tiene ventajas de espacio, recursos naturales y desarrollo que escasean en Europa, se complican en Asia y podrían tardar mucho en darse en África. Incluso, desde el punto de vista de la equidad internacional, uno de los puntos más débiles al momento de combatir esta pandemia con las vacunas, es preferible una coordinación en la que el comercio modifique los esquemas de operación que tenía antes de febrero de 2020.
Si la inflación no cede en el mundo es porque faltan suministros, quien los transporte y que muchos sectores se reactiven en medio de los picos y valles en los que se comporta un virus que está buscando sobrevivir ante la barrera que ha representado la vacunación masiva y gratuita. Eso quiere decir, también, que el diseño de las rutas de intercambio comercial deben modificarse para evitar el crecimiento de precios, el acaparamiento y la especulación.
Si queremos obtener resultados diferentes, decía Einstein, debemos dejar de hacer las cosas de la misma manera. Ese tiempo parece haber llegado para la economía y para los mercados. Del análisis somero de muchos indicadores podremos observar que estamos en medio de una turbulencia, pero de fondo lo que está sucediendo es que la estructura de la economía tal como la conocemos no está respondiendo a esos cambios sociales que impactan en el consumo, en el trabajo, en la producción y en el desarrollo de tecnología.
Incorporar un sentido social, de administración responsable de los recursos naturales y de prevención general que nos prepare para adaptarnos rápidamente a hechos inesperados, sean provocados por la naturaleza o por nosotros mismos, son elementos que deben estar en cualquier sistema de planeación económica que quieran hacer industrias y sectores económicos.
Puede que el tiempo de las certezas deba ser sustituido por el de la anticipación, con soluciones que atiendan el crecimiento, el desarrollo, los beneficios sociales y los que corresponden a las empresas, sin dejar a un lado que el mundo se transformó cuando este virus que sigue aquí nos obligó a repensarlo casi todo.
El autor es director general de Seguridad Privada de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana.