Luis Wertman Zaslav

Detener las extorsiones

Si hacemos el esfuerzo por no responder, colgar o ignorar el mensaje, y además denunciamos, estamos cerrando la pinza que nos corresponde como ciudadanos.

Desvío el contenido económico de este espacio, pero no demasiado; porque se trata, al mismo tiempo, de un asunto financiero y de seguridad: la extorsión telefónica.

Son varios los factores que explican el comportamiento de un delito que no cede, particularmente, porque involucra tanto a las autoridades como a las empresas y a la ciudadanía. En la coordinación de los tres estaría la clave para reducir drásticamente su incidencia.

Hablamos primero de la lógica de la extorsión (todos los delitos tienen una) para entender la manera en que nos afectan y dejar de pensar que estamos a merced del crimen. La extorsión es un delito barato, que produce ganancias importantes en poco tiempo, además de que contempla una nómina baja de secuaces y puede cometerse desde cualquier lugar, un penal incluido, gracias a múltiples llamadas hechas a números de telefonía celular.

La materia prima, entonces, son cientos de números que deben estar en una base de datos, similar (o idénticas) a las que utilizan los call centers que nos ofrecen promociones, préstamos, servicios, tiempos compartidos, entre otros bienes y servicios de marcas y compañías reconocidas.

¿Cómo llega nuestro número de teléfono móvil a las manos de un extorsionador? Esa debe ser una pregunta importante que nos deberíamos hacer todo el tiempo como usuarios y consumidores, porque todavía hasta hoy, el tráfico de bases de datos es un asunto del que no se habla y tanto las empresas que contratan un call center, como esa industria en su conjunto, podrían explicarnos no sólo sus políticas de protección de datos personales, sino sus protocolos de seguridad.

De una rápida revisión de los modus operandi, estos no han cambiado mucho. La llamada o el mensaje proveniente de algún banco o empresa para avisar de un adeudo inexistente; el anuncio de una promoción o premio; la llegada sorpresiva de un pariente a la ciudad; y la amenaza directa de una presunta organización criminal, siguen siendo los más comunes, con sus respectivas variantes.

Un extorsionador telefónico necesita unos cuantos segundos para engancharnos, solo que para lograrlo hay que contestarle o responder algún mensaje que mande. ¿Por qué es tan difícil que nos acostumbremos a no responder ninguna llamada que venga de un número que no está en nuestra lista de contactos? Existe diferentes aplicaciones que alertan sobre números que posiblemente tengan el objetivo de extorsionarnos, en teoría deben tener millones de descargas en un país azotado por este delito, nada más que no es así.

Si hacemos el esfuerzo por no responder, colgar o ignorar el mensaje, y además denunciar al 089, que es el número que tiene el gobierno de México para recibir reportes sobre este crimen, estamos cerrando la pinza que nos corresponde como ciudadanos. Es lo que nos toca, así de sencillo.

Claro que hay una obligación de las autoridades para evitar que ingresen teléfonos celulares a las prisiones, la misma que comparten las compañías de telefonía que nos brindan el servicio para cancelar los miles de números (en algún momento, pudimos contabilizar más de medio millón activos, cuando encabezaba una organización civil que fue muy eficiente en la prevención de este delito), igual que los bancos comerciales que siguen sin eliminar otras miles de cuentas a las que se hacen depósitos todos los días, producto de la extorsión.

Los delincuentes especializados en este crimen se entrenan para poder engañar y someter a sus víctimas, sin importar su escolaridad, experiencia o segmento social al que pertenecen. Cae el director de una empresa trasnacional a la par de una joven estudiante o un comerciante en vía pública.

Eso no se explica cuando se trata el tema y tampoco se aportan muchas medidas concretas para prevenir. Aporto las que, de inmediato, pueden protegernos y además alertar a nuestro círculo cercano. A diferencia de otro tipo de crímenes, en este podemos hacer mucho desde nuestro ámbito personal para eliminarlo y así evitar ser rehenes. De nuevo, está en nuestras manos.

El autor es comisionado del Servicio de Protección Federal.

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