Si el modelo ya había dado señales de agotamiento, la reciente crisis bancaria, con todo y su respuesta inmediata, ha confirmado que la etapa del liberalismo económico está llegando a su fin tal como la conocemos.
No solo es la manera en que los mercados caen una y otra vez en sus propias trampas y mentiras, sino que se ha hecho costumbre doblar las leyes económicas para justificar excesos y fracasos que no serían tolerados en ninguna industria o sector.
Todos buscamos innovar y que la tecnología pueda ayudarnos a encontrar respuestas a nuestras necesidades más apremiantes, pero el fondeo de Silicon Valley se convirtió en un juego de ruleta en el que se apostaba por promesas de éxito que no tenían ningún sustento financiero.
Claro que existen casos que demuestran que quien no arriesga no gana, pero no son muchos, y bien analizados, confirman que hubo un respaldo económico y técnico atrás de esa gran idea que despegó.
Los números son el primer punto de referencia para cualquier negocio y éstos no pueden estar influidos por la emoción de encontrar al siguiente “unicornio”, como tampoco puede serlo el apostar a rendimientos “milagro” o bonos basura que es, más o menos, el caso del resto de los bancos que han entrado en un inusual proceso de quiebra en el que los gobiernos los rescatan y sus competidores les inyectan capital.
En el libro de las moralejas económicas, que es el mismo que el de las crisis, debe existir un capítulo dedicado enteramente a las malas decisiones gerenciales que se toman a plena luz del día y que, de vez en cuando, hacen que el sistema económico mundial reflexione acerca de la manera en que las directivas y sus ejecutivos llevan sus negocios.
Un poco de prudencia hubiera prevenido una debacle y la exhibición de una práctica que solo se justifica por la laxitud de las reglas y la complacencia de reguladores que por cuestiones ideológicas consideran que la “mano invisible” del mercado acudirá en auxilio de ahorradores e inversionistas. Nunca ha sido así.
El nuevo modelo económico que demanda este cambio de época necesita una regulación dinámica, pero estricta, que tenga claro el balance sobre las responsabilidades y los castigos que tienen que administrarse a quienes se ponen a jugar con éste.
Uno de los factores de descontento social que tienen a la globalización en punto muerto es precisamente que siempre hay una solución para quien usa los recursos de sus instituciones como casino personal y, cuando no tiene salida, acude desesperadamente a la protección de los gobiernos en turno, los cuales emplean recursos públicos para socializar errores privados.
Escribo lo anterior desde la perspectiva empresarial, porque ninguno de los dueños de cualquier compañía estable aceptaría equivocaciones de ese tamaño o dejaría de estar atento a lo que ocurre en su corporación. Una regla elemental de la iniciativa privada es que la supervisión es el nombre auténtico de cualquier negocio.
En ese sentido, el sistema financiero internacional ha estado plagado de riesgos innecesarios y de una motivación para actuar que solo se explica por codicia. El “apetito al riesgo” es una frase que oculta impericia, porque el objetivo de cualquier sector económico debe ser el crecimiento; uno responsable y justo para sus participantes en todos sus niveles.
La reacción de los bancos centrales podrá parecer exagerado, pero estos casos no dejaron opción y la salida ahora tendrá que ser la administración del pico al que lleguen las tasas de referencia, aunque eso lastime la recuperación, justo cuando el aumento de los precios está cediendo.
¿Y qué pasa con México? Bueno, todo indica que las medidas contracíclicas que tanto se cuestionaron durante la pandemia prepararon al país para el fin de la emergencia económica, que endeudó economías y sentó las bases de la epidemia de inflación que se unió a la epidemia sanitaria.
Espero que podamos analizar con cuidado el sitio en el que se encuentra nuestro país respecto de otras naciones, gracias al camino que tomó. Es un ejemplo de que las determinaciones de los Estados son la brújula de los mercados y que éstos tienen que estar bajo supervisión permanente. Cualquier otro planteamiento termina por fracasar.
El autor es comisionado del Servicio de Protección Federal.