La economía es un juego de pronósticos, basado en algunas certezas. En el caso de nuestro país, el comportamiento de la política pública financiera augura un año sin sorpresas e incluso con expectativas de un cierre en mejores condiciones a las registradas en el año que acaba de concluir.
Un análisis objetivo de los indicadores económicos que preocupan a los mercados confirma que, por un lado, el Banco de México continuará con una política de extrema prudencia para no influir en las previsiones de crecimiento que se tienen para 2024; lo que significa también que hará lo que está en sus manos para mantener una disciplina monetaria que ha servido bastante bien hasta el momento al desarrollo de la economía nacional.
Por otro lado, los primeros detonadores del nearshoring arrancarán antes de que concluya este semestre y serán mayores en la segunda mitad del año. Las cadenas productivas ya cambiaron su orientación y sus proyectos de manufactura y desarrollo de componentes empiezan a construirse en varios estados del país, sobre todo para coincidir con la operación completa del Tren Interoceánico del Istmo de Tehuantepec.
De acuerdo con las estimaciones de consumo, el mercado interno seguirá demostrando una solidez sin precedente; tanto, que podríamos pensar que entramos en una etapa de consolidación, cuando por décadas esa fuerza económica no aparecía en el horizonte financiero mexicano. Esto traerá, en consecuencia, un comportamiento estable en la confianza del consumidor, justo en un año de transición que, por lo general, provoca incertidumbre.
Adicionalmente, los mercados están preparándose para una nueva etapa industrial y comercial en América del Norte; este sexenio las bolsas han registrado un balance positivo dentro y fuera de México cuando han invertido en el país, pero la apuesta a mediano plazo es mucho mayor y por eso podríamos iniciar con un periodo de expectativas altas que corresponda con un crecimiento de inversiones directas y de relocalización de otros segmentos industriales para generar cadenas de producción alternativas. Eso y una presencia de nuevas corporaciones comerciales, con nuevos bienes y servicios; mayores presupuestos de mercadotecnia en línea para aumentar el consumo electrónico; y una oferta enfocada en enlazar a clientes desde Alaska hasta Quintana Roo, simplemente porque sus gustos ya no son tan distintos.
Sin embargo, también existen dos retos inmediatos para la región: equilibrio en las condiciones laborales de los países involucrados y una reducción paulatina de la desigualdad. Mientras en México el salario mínimo aumentó a niveles históricos, los de Estados Unidos no crecen significativamente y en Canadá las negociaciones cada vez son más complejas. En cuanto a la diferencia de ingresos promedio, bueno, todos los estudios señalan que la concentración de la riqueza está haciendo estragos en millones de estadounidenses, afecta a más canadienses que nunca, y en el caso de nuestro país, se ha reducido gracias a una política de apoyo social que ahora se buscará incorporar a leyes nacionales que la conviertan en un derecho garantizado.
Enfocar el intercambio comercial de América del Norte en la nueva ubicación de las cadenas productivas es solo un paso en el éxito que puede lograrse al amparo del T-MEC, lo que realmente hará despegar a la región es empatar, progresivamente, los beneficios que traerá este cambio de polaridad en la economía mundial. De lo contrario, pronto podríamos entrar en una nueva discusión con nuestros socios, por intereses auténticos o fabricados, sobre la conveniencia del acuerdo vigente, un escenario que ya atestiguamos hace menos de seis años.
El plano del desarrollo de América del Norte está claro y se puede ver con mucho optimismo; solo que, como todo lo que dibujamos en papel, por muy bueno que sea hará falta llevarlo a los hechos y para eso se necesita poner mucha atención en las necesidades presentes y próximas de la mayoría de los ciudadanos de las tres naciones.
Este puede ser un año sin sorpresas, pero los siguientes no. La integración de las economías de nuestra región es también la equidad en la repartición de los beneficios y de los derechos sociales. Joseph Stiglitz, premio nobel de economía y famoso escritor, explica en “El precio de la desigualdad”, el costo que representará pensar que el futuro depende nada más de un puñado de personas, capitales y factores, olvidando que la prosperidad de pocos está atada a la prosperidad de la mayoría.