Los factores de riesgo económico suben y bajan dentro del gran esquema de análisis de los bancos centrales. Cuando se piensa que uno está controlado, otro se desestabiliza en cuestión de semanas. Y están aquellos que tienen una incertidumbre crónica porque se ha ‘pateado el bote’ para no tomar medidas más radicales y tenerlos bajo control. Esta situación ha hecho que la presión sobre las decisiones de política económica de la mayoría de las naciones desarrolladas aumente a cuotas que, hoy, no podemos saber a dónde llegarán.
Podría afirmarse que esa es precisamente la función de un banco central y que sus determinaciones tienden a mantener una estabilidad relativa a través de ofrecer más o menos rendimientos. Sin embargo, tienen otras herramientas y también otras tareas que no necesariamente consisten en darle gusto a unos mercados que se han comportado con inusual nerviosismo, pero sin detener su afición por los juegos de riesgo.
A pesar de que estaban a la vista, en estos días han surgido noticias acerca del peligro latente de otras operaciones con préstamos en monedas baratas para invertirlas en países con tasas altas. Es decir, el yen japonés no es el único caso y eso es una nueva burbuja que no se encontraba en el radar del mundo financiero. A la luz del comportamiento de la inflación y del costo de alimentos y materias primas, estaríamos también apreciando un sistema económico que se ha dejado de preocupar por el cambio climático, a menos que sus efectos alteren la cotización, por ejemplo, de cítricos y verduras.
Durante mucho tiempo, el modelo clásico de la teoría económica delimitaba el número de elementos que podían estar en juego para poder malabarear con cierta seguridad. No obstante, en el último lustro se han agregado objetos nuevos, igual que con esa rutina que tienen los artistas de circo en la que un ayudante les lanza más pelotas al aire, hasta que una o varias caigan.
Solo que esto no es el circo de nuestra infancia, sino la cuerda de equilibrio de la que depende una posible recesión mundial. Estamos a un paso de un contagio financiero, el problema es que no sabemos si éste pudiera darse en los sistemas que conocemos y monitoreamos o nos sorprenderá surgiendo de un fenómeno que en este momento se encuentra descartado.
La economía es también una ciencia de tiempos. Si se toman decisiones corresponsables, en las que cada actor económico y financiero haga lo que le toca, podemos ganar el tiempo necesario para reconfigurar las cadenas de suministro y el comercio mundial de la manera en que sea benéfica para el mundo. Si postergamos o adelantamos medidas impulsadas por coyunturas, diagnósticos de corto plazo o ideología (económica y política), aceleraremos un tropiezo que en los números y en los indicadores puede evitarse con holgura.
Pero es urgente que se contemplen esos factores que no solo significan pelotas adicionales de colores en el aire. El modelo económico de la siguiente etapa de este siglo tendrá que asumir acciones determinantes para adecuar la producción de alimentos a los nuevos ciclos del clima, aprovechar los recursos naturales y usar la tecnología para el beneficio común. En este momento, más que en ningún otro, la desigualdad es el rival por vencer y la distribución de la riqueza es la estrategia que puede darle equilibrio a continentes enteros.
Resolver los problemas sociales parte de la atención de las causas que los provocan e igual sucede con los problemas económicos. Si no atendemos lo que ocasiona las distorsiones en nuestra sociedad, estamos condenados a balancearnos peligrosamente, sin red de protección, a una altura que bien puede hacernos un daño que tarde mucho tiempo en sanar.