Podemos definir el populismo en tres diferentes facetas. El electoral, que consiste en inventar un pasado grandioso, mítico, que se perdió debido a un grupo de malas personas, pero que el líder recobrará para el pueblo bueno; el político, que implica la destrucción de instituciones para establecer una línea directa entre el líder y el pueblo; y el económico, que conlleva el gasto excesivo de recursos en el presente, a costa de la tragedia futura.
López Obrador ha sido muy bueno en la primera, pero bastante malo en las otras dos. Sin duda ha destruido instituciones, pero sin reemplazarlas por una guía eficiente centrada en su persona. Cierto que todo lo quiere controlar, pero no logra nada. En lo económico, no ha construido una clientela segura. Su casi único programa de reparto es el de pensiones. Lo demás, aunque parezca espectacular, no da resultados.
Ahora, el Presidente ha cometido un error que puede ser definitivo. Para mantener su popularidad, se ha centrado en la primera faceta, ese pasado mítico, perdido a manos de las élites neoliberales, que él recuperará para el pueblo bueno. Por eso la cuarta transformación, la insistencia en la historia que se aprende en la escuela, las acusaciones a España, el regreso a Tenochtitlan, etcétera.
Es muy difícil para la oposición competir contra ese discurso, porque no hay nada que pueda compararse con las utopías. El regreso a un pasado mítico es una oferta utópica, algo inexistente, que puede embellecerse todo lo que se quiera. Y nada terrenal compite con eso.
La reforma eléctrica, en la que el Presidente ha apostado todo su capital, porque cree que con ella dividirá al PRI y asegurará 2024, es en realidad un grave error. Lo que hace es convertir en concreto un discurso que era mítico y utópico. Ahora, la oposición no tiene que pelearse con la historia nacional, con pasados imaginarios, con ofertas moralinas. Ahora, la discusión se convierte en un asunto específico: pasado estatista contra futuro competitivo. Y esto ocurre en un sector que afecta a todos, y que todos pueden entender.
Alrededor de un México competitivo, en un mundo que se torna eléctrico y cuidadoso del ambiente, es posible construir un discurso político atractivo. No hay que hablar de pensiones, jóvenes construyendo nada o la siembra de lo que sea. Hay que hablar de tener electricidad segura y barata, generada sin contaminar. Hay que evidenciar el fracaso de la CFE, su entrega al sindicato, los errores de dirección que nos han costado miles de millones de dólares en estos tres años, hay que diseminar las fotos diarias de la quema de combustóleo y la contaminación en las ciudades vecinas.
Ahora puede quedar claro para cualquier mexicano que el pasado que busca recuperar López Obrador no es una mítica época grandiosa, sino ese tiempo concreto en que el PRI destruyó al país. Ahora se puede mostrar cómo nos venimos abajo gracias al presidente que construyó el grupo político que hoy gobierna, Luis Echeverría. No es nada difícil mostrar esta información en diferentes niveles de complejidad, para diferentes públicos. No es nada complicado construir ahora una coalición por el México del siglo 21.
Parecía imposible contar con un discurso que fuese atractivo políticamente frente a un líder tan popular, que domina el discurso fácil de la historia escolar. No se veía cómo mellar su blindaje de mentiras y lugares comunes. Él mismo ha ofrecido su cabeza en bandeja de plata.
Se trata de demostrar que el pasado que López Obrador ofrece es justamente el causante de la miseria e incompetencia en que vivimos. El futuro, de competencia y crecimiento, es lo que quiere impedir. El tema eléctrico permite mostrarlo, es entendible para todos, es claro, evidente.
Procedamos.