La semana pasada fue importante. Fuera de sus cabales, el Presidente buscó por todos los medios distraer al respetable de su evidente corrupción, y con ello fue provocando más problemas: con España, insultando a empresas y gobierno; con Estados Unidos, insistiendo en su absurda reforma eléctrica; y con los derechos y libertades de los mexicanos, lanzando acusaciones que han puesto en riesgo la integridad de un periodista y su familia.
Sin el mito de la honestidad valiente, el gobierno de López Obrador no es nada. Peor, es un rotundo fracaso. En todas las dimensiones: salud, educación, economía, seguridad. Es posible que eso convenza a algunos de que vale la pena buscar la remoción del Presidente utilizando un instrumento que él mismo propuso: la revocación de mandato.
Es una mala idea. La revocación fue una propuesta de López Obrador, promovida por sus seguidores, que incluso falsificaron firmas para que se aprobara, pero al mismo tiempo impidieron que hubiese recursos suficientes para su ejercicio. Se trata de un instrumento propagandístico, como todo lo que hace este gobierno, cuyo fin último es la eternización en el poder. Algunos personajes estridentes insisten en que se debe participar para remover a López Obrador, pero están equivocados. Él jamás ha aceptado una derrota, y no lo hará ahora. Sin embargo, imaginemos que ocurriese.
Muchos mexicanos creen que lo peor que pudo pasar en México fue el triunfo de López Obrador. No es así, todo siempre puede estar peor. Si él es la mejor cara que pudo presentar la coalición que lo impulsa, es evidente que las demás son peores. Voltee a ver a su candidata para comprobarlo. Es una calca de López Obrador, forrada de soberbia. Si la falta de empatía de López le ha sorprendido, no ha visto nada.
En las últimas semanas también fuimos testigos de un escándalo alrededor del Gobierno de la Ciudad de México, por la aplicación de ivermectina, un medicamento que no era recomendable para COVID, pero aun así fue utilizado, y después legitimado con un ejercicio estadístico inadecuado. Fue deprimente ver profesores y exalumnos del CIDE que se olvidaron de la defensa de su institución para concentrar su energía en defender a su colega, responsable del estudio mencionado. La lealtad personal por encima de la construcción de instituciones es consustancial al populismo autoritario que hoy campea globalmente. Eso es lo que puede ofrecer el equipo que gobierna la Ciudad de México, en la versión original de Sheinbaum, ahora reforzada con los bolivarianos de la esposa del Presidente, en la persona de Martí Batres, aquél que repartía leche contaminada con heces fecales.
Voltee a ver a los legisladores de la coalición gobernante, o a sus gobernadores, que reproducen las malas prácticas presidenciales. Por ejemplo: atacando periodistas, inventando ocurrencias, aprovechando influencias. Sin duda vivimos en una kakistocracia, el gobierno de lo peor, pero cuyos límites no hay que probar.
Sin duda fue una mala idea llevar a López Obrador a la Presidencia, pero no es lo peor que puede ocurrirle a México. La sucesión anunciada es notoriamente más dañina. Misma falta de empatía, mayor irresponsabilidad, y una soberbia incomparable. Si eso no lo podemos desear para 2024, mucho menos querríamos verlo desde ahora, en medio de un vacío y lucha descarnada por el poder.
Ahora que es evidente que el Presidente es mentiroso, incapaz, corrupto y delincuente, lo que procede es acotarlo. Debemos defender las instituciones que nos quedan, como el INE o Banxico. Debemos presionar a las que aún son rescatables, como la Corte. Debemos mantener la cordura, la serenidad y la paciencia, y construir una opción razonable para 2024. Estamos viendo el precipicio, no caigamos en él.
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