Colegas muy respetables están preocupados por la polarización en que vivimos, y que parece crecer continuamente. Rechazan que se deba fijar una posición a favor o en contra de López Obrador, e insisten en la gran diversidad de posturas posibles. No me refiero a quienes fingen ubicarse en un justo medio inexistente, pero cuya posición ha sido siempre obvia: facilitadores o compañeros de viaje.
La política consiste en buscar espacios de negociación entre posturas diferentes para llevar a cabo acciones colectivas. No estar de acuerdo es algo perfectamente razonable, y desde esa posición se pueden proponer caminos distintos, encontrar puntos de acuerdo o discrepar, sin que eso lleve necesariamente a un enfrentamiento. En eso, creo, están pensando los colegas preocupados por la polarización.
Desafortunadamente, vivimos tiempos de retroceso en la política, no sólo en México, sino en todo Occidente. En su lugar, ha avanzado la moral. En ella no hay espacio para la negociación, porque el otro no es alguien con una perspectiva distinta, sino un enemigo. Cuando ella domina, nosotros somos buenos, los demás son malos, y nada puede acordarse con los malos.
Esa es la razón por la cual inventamos el Estado laico, para sustraerlo del ámbito de la moral, y evitar que las naturales discrepancias entre formas de imaginar el presente y el futuro nos llevasen a enfrentamientos fratricidas. El carácter laico no se refiere exclusivamente a evitar posturas religiosas, sino a la imposición de una moral desde el poder. Es por eso que los constantes llamados de López Obrador a purificar la vida nacional resultan tan peligrosos, y se han convertido en la causa de la polarización que tanto preocupa.
Los polos que detestan, o defienden, han dejado de pensar, han hecho a un lado cualquier empatía, y están cada día más dispuestos a la guerra santa. El detalle es que el primer grupo lo forman personas normales, con algo de acceso a redes sociales, mientras que el segundo, además del mismo Presidente, incluye a gobernadores, senadores y diputados capaces de poner por escrito esa visión moral.
Ese absurdo puede convertirse en tragedia, y por ello comparto la preocupación de los colegas. Lo importante es saber si podemos evitarlo, frenando el ascenso de la moral y recuperando la política. Tenemos en contra una ola global, que creo tomó fuerza a partir de la Gran Recesión, que evoca lo ocurrido hace 100 años, hace 250 y hace 500. En esos tres ciclos, vivimos una fase de choque de morales distintas, que facilitó la polarización y terminó con los enfrentamientos más violentos registrados. Después, también en cada ciclo, vivimos una fase positiva, de expansión de derechos humanos y democracia, de crecimiento y comercio. Hoy, en esta fase negativa del nuevo ciclo, la discusión razonada de las opciones ha cedido el paso al enfrentamiento de morales opuestas y eso ha sido aprovechado por líderes mesiánicos, que justo por eso ganan elecciones y que no tienen en mente el avance de la sociedad, sino su refundación, su purificación, su salvación, que no es sino una excusa para perpetuarse en el poder.
Es muy probable que esa tendencia global continúe, y se fortalezca con el apoyo de los autoritarismos francos en otras partes del mundo, como Rusia y China. Pero no hay una fatalidad en el desenlace, ni globalmente, ni para México. Si el origen de la polarización es el enfrentamiento de morales distintas, el derrumbe de ellas abre el espacio para la política. Es la oportunidad que tenemos en México, ahora que la pátina de honestidad ha desaparecido.
Es la oportunidad para centrar la discusión en las acciones de gobierno y sus resultados, y confrontar con otras ofertas políticas. Es el momento de que estas ofertas se muevan al centro de la discusión pública.
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