Aunque el dato más reciente del Índice Global de Actividad Económica resultó muy positivo, todo apunta a que las cosas no están del todo bien. Ese dato corresponde a abril, y la mayor aportación que ocurre durante ese mes proviene del turismo, que afortunadamente se ha recuperado ya prácticamente por completo, en el dato agregado. Gracias a ello, los sectores de transporte, entretenimiento y hospitalidad están ya en el nivel previo a la pandemia, y todo indica que el verano será todavía mejor. Se trata de un fenómeno global, que afortunadamente en este caso nos beneficia. En el lado contrario está la inflación, también un evento externo, pero negativo.
Si uno descuenta el impacto de la recuperación del turismo, el resto de la economía no tiene una dinámica tan atractiva. El comercio, por ejemplo, que tuvo un crecimiento en la parte correspondiente al mayoreo por un buen tiempo, ahora depende más del menudeo. Entre las dos, ya estamos al nivel con que inició este gobierno, septiembre de 2018. Casi cuatro años, con crecimiento prácticamente de cero.
El turismo, decíamos, está teniendo un momento excepcional, después de un enorme bache de dos años, en que casi no hubo actividad. Esto parece ser una reacción natural de una población que no pudo salir, en contra de su voluntad, por todo ese tiempo, y que ahora intenta recuperar el tiempo perdido. Esto quiere decir que si bien habrá muy buenos números por el resto del año, no debemos considerar que ese ritmo se mantenga para el futuro inmediato. Más si, como parece, hay un aterrizaje brusco de las economías más importantes del mundo.
Los datos de mayo, todavía incompletos, muestran que la dinámica fue bastante menor en ese mes, y por lo mismo es muy probable que el dato de abril deba corregirse en las siguientes entregas, conforme la información va actualizando el cálculo desestacionalizado. Creo que hay señales de que en este 2022, como en 2021, después de un primer trimestre muy positivo, el resto del año será decepcionante.
En mayo las ventas en autoservicio y departamentales ya no mantuvieron una dinámica de crecimiento, las importaciones de bienes de consumo y capital, quitando el efecto de la inflación, se contrajeron, y la producción de petróleo se mantuvo estancada. Con esos elementos, insisto, no parece razonable esperar mucho de la actividad económica en ese mes, y no parece que junio haya sido muy diferente.
Los expertos, considerados en la encuesta de CitiBanamex, siguen elevando sus estimaciones de inflación, pero no cambian significativamente su perspectiva de crecimiento económico. Ese mismo banco, que tenía una de las proyecciones menos favorables, ha mejorado un poco sus números, pero sigue esperando un crecimiento inferior a 2 por ciento, para este año y para el próximo. En un par de días conoceremos la encuesta del Banco de México, que no creo que sea muy diferente.
Con esas proyecciones, en 2023 la economía mexicana alcanzará un nivel similar al que tenía en septiembre de 2018, o ligeramente mayor que el promedio de ese año. Será un sexenio de estancamiento, como ya tantos han dicho. Sin embargo, los riesgos a la baja son ahora mucho mayores que hace unos meses. Tanto la probabilidad creciente de una recesión en Estados Unidos y Europa, como el potencial de la invasión a Ucrania de convertirse ya sea en un conflicto de largo plazo, o en detonante de una conflagración mayor, implican dificultades para la economía mexicana.
Más grave aún, esta columna sigue pensando que la probabilidad de una crisis fiscal a partir de 2023 es muy elevada. Creo que en esto todavía son pocos los colegas que me acompañan, pero tal vez en unos meses la perspectiva general cambie. Si todavía no ha ocurrido ha sido por los ahorros de 25 años que este gobierno ya dilapidó. Y como ya no hay…