Se publicó el dato oportuno del PIB para el cuarto trimestre de 2022. Otra vez, parece incompatible con los datos del IGAE que conocemos. Es claro que ambos indicadores miden diferente, pero convendría que INEGI ya corrigiera diferencias tan amplias. De acuerdo con el PIB oportuno, la industria habría crecido 0.4 por ciento contra el trimestre anterior; con los datos de IGAE, la cifra puede ser negativa, considerando el indicador oportuno de manufacturas. Ya veremos, en tres semanas, las cifras preliminares, a ver qué dicen.
En cualquier caso, lo que hoy tenemos es una economía que se frena, aunque sea suave, como lo habíamos comentado en las dos últimas colaboraciones. Puesto que prácticamente todo el movimiento de nuestra economía resultaba de cuestiones externas (manufacturas de exportación, turismo, remesas, importaciones de bienes de consumo y capital), la situación actual responde precisamente a un debilitamiento de estas fuentes. Las manufacturas en Estados Unidos se han desplomado; las remesas crecen menos que antes; el turismo logró recuperar casi todo lo perdido en la pandemia, pero no más que eso.
Esto significa que la primera mitad de 2023 debería arrojar datos negativos, porque así está reaccionando la economía vecina al alza en tasas de interés: una recesión suave, pero recesión a fin de cuentas. Lo que ocurrirá en la segunda mitad del año dependerá de cómo cambie la política monetaria en Estados Unidos, y de si nosotros seguiremos replicándola acá. En principio, podemos esperar una recuperación en el segundo semestre, digamos que con la misma dinámica que la caída, pero en sentido opuesto. Un documento reciente del FMI tiene una visión más optimista, pero no me queda claro por qué: el crecimiento del PIB estadounidense del cuarto trimestre fue por acumulación de inventarios, y no por una dinámica sostenible; tampoco creo que China pueda crecer como lo imagina el fondo.
Eso implicaría un crecimiento prácticamente de cero para México, que nos dejaría todavía lejos del nivel de 2018 (sin considerar el tema de outsourcing). Pero lo más interesante ocurriría con las cuentas públicas. El lunes salieron los datos de diciembre, y hay varias cosas llamativas. La más importante, me parece, es que la deuda amplia (requerimientos financieros del sector público) se quedó muy cerca de 50 por ciento del PIB. Es un poco menor a la de los últimos dos años, pero marginalmente.
Para 2023, el gobierno había hecho un presupuesto con base en un crecimiento de 3 por ciento y una inflación de 5 por ciento. Los expertos esperan menos de 1 por ciento de crecimiento, pero ya le decía que el cero es más probable. De la inflación, uno o dos puntos más no es impensable. Considerando los gastos que no pueden evitarse, como pensiones, o el costo financiero, o los salarios de millones de sindicalizados que no pueden despedirse, el déficit del gobierno para 2023 apunta a crecer en 50 por ciento contra el de 2022. Esto es 1.5 billones de pesos, 5.2 por ciento del PIB, frente al 3.4 por ciento de este año. No suena absurdo si consideramos que en el presupuesto estimado con datos optimistas, el gobierno ya esperaba 4.3 por ciento del PIB de déficit.
Lo relevante es que si las cosas ocurren como comentamos, entonces la deuda en sentido amplio cerraría 2023 en 55 por ciento del PIB. Aunque pueda parecer pequeña frente a otros países, para las calificadoras el límite razonable de México está en 60 por ciento. Sin duda lo superaríamos en 2024. Yo sé que ya se cansó usted de que insista en la crisis fiscal, pero ahí está. En ese contexto, ocurrencias como anunciar que el gobierno federal se hace cargo de la deuda de Pemex, o desplantes como seguir peleando energía y maíz en el T-MEC, son riesgos innecesarios. Ya cállenlo.
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