“El odio al yanqui, justificado en tanto que invasor y colonizador de América, se convertía en algo más: en el desprecio de la democracia y en derivaciones políticas fundadas en la superioridad espiritual de ciertas élites llamadas a combatir la calibanesca anarquía”. Con estas palabras, Carlos Granés describe el momento en el que, al inicio del siglo 20, con la publicación de Ariel de José Enrique Rodó, el subcontinente dejó atrás casi un siglo de caudillos y guerras civiles para enfrascarse en una época igualmente deplorable: los movimientos nacionalistas y populistas que por ya cerca de 120 años han impedido el establecimiento pleno de la democracia y el desarrollo.
Granés publicó el año pasado Delirio americano. Una historia cultural y política de América Latina. Es un gran libro, más de 700 páginas, y otro centenar con notas y referencias. Dividido en tres partes (Un continente en busca de sí mismo, 1898-1930; Los delirios de la identidad, 1930-1960; Los delirios de la soberbia, 1960-2022), el libro puede ser leído como un ensayo, tres tratados distintos o un manual de consulta, dice Granés, dependiendo del interés del lector.
Como quiera que lo lea, es un texto de importancia indiscutible para entender la historia de esos 120, tal vez 150 años que revisa, tanto en materia cultural como política y, especialmente, en el reforzamiento que la primera ha hecho de la segunda, en la legitimación de regímenes autoritarios, demagógicos, con una constante excusa nacionalista y popular.
Jesús Ruiz Mantilla, en la entrevista que le realiza a Granés para El País Semanal (27 febrero), le insiste en que no hay nada especial en esa relación cultura-política en América Latina, que eso mismo ha ocurrido constantemente en Europa, como con D’Annunzio y Mussolini. Granés afirma que la manera en que Perón construyó una imagen que le permitió instalarse en el poder y destruir, desde ahí, la democracia, fue algo diferente. En eso coincide, me parece, con Finchelstein, que considera a Perón el fundador del fascismo latinoamericano. Para esta columna, ese puesto corresponde a Cárdenas, como lo expuse en Cien años de confusión, pero sé que el corporativismo de izquierda no es fácil que sea aceptado en la competencia.
En cualquier caso, el libro de Granés me parece de obligada lectura para quien quiera entender mejor la historia de América Latina, las continuidades y rupturas entre tendencias culturales, la deriva autoritaria de carácter nacionalista, más que fascista o comunista, pero sobre todo ese permanente victimismo, que nos ha impedido romper tanto con el nivel de ingreso medio como lograr que nuestros países sean plenamente democráticos (con sus muy honorables excepciones en esto último, Uruguay y Costa Rica).
Para no dejar duda, cierra así Granés su libro: “El nuestro era el continente que siempre iba a la contra, rebelándose contra Occidente, la modernidad, el capitalismo, contra lo que fuera. Así hemos sido instrumentalizados, y esta imagen, aplaudida en el extranjero, es la que más ha beneficiado a los tiranos locales. Lo latinoamericano, incluso lo auténticamente latinoamericano, sería sacudirse de ese estereotipo, olvidarnos de la imposible pureza premoderna, huir del lugar del ‘otro’ que nos han asignado y tratar de entender que América Latina no es la tierra del prodigio, ni de la utopía, ni de la revolución, ni del realismo mágico, ni de la descolonización, ni de la resistencia, ni del narco, ni de la violencia eterna, ni del subdesarrollo, ni de la esperanza, ni siquiera del delirio… Es hora de poner un pie en el siglo 21″.
Delirio americano ha ganado ya varios premios. Los merece. Merece más, incluso: merece que lo lea usted, y con ello tenga mucho más claro qué es lo que realmente hemos hecho mal, y no tenga la duda aquella: ¿cuándo se jodió América Latina?