Faltan 15 meses para la elección presidencial, renovación del Congreso y elección de casi una decena de gobernadores y muchos miles de alcaldes y congresistas locales. En tres meses quedarán fijas las reglas electorales, aunque deberían estarlo ya, si no fuese por el ataque orquestado por López Obrador. Por esa razón, porque él ha concentrado todo el poder, y porque por todo el siglo 20 éste fue el país de un solo hombre, hay la idea de que todo en México depende de elegir a la persona correcta para ese puesto, olvidando todo lo demás.
No es así, y nunca lo ha sido. Cuando todo el poder se concentra en una sola persona, las elecciones dejan de tener sentido, la democracia se derrumba. Precisamente por eso López Obrador ha decidido atacar, porque lo único que le falta para tener todo en las manos es impedir elecciones libres. En eso está. Estrictamente hablando, eso sólo lo habíamos visto en el Porfiriato, cuando el poder acumulado por Díaz eliminó cualquier otra opción. Durante el régimen de la Revolución, aunque el poder presidencial era inmenso, tenía una duración temporal clara, reglas para la sucesión, límites.
Aunque López Obrador ha demolido todas las instituciones que ha podido, no lo hace solo. El poder, en una sociedad, es una empresa colectiva, no individual. Se llega a él, se ejerce, con el apoyo de grupos, que pueden ser traicionados o destruidos, pero que cumplen un papel en el proceso. Es importante entender esto, porque lo que ocurrirá dentro de 15 meses tiene todo que ver con los grupos, y poco que ver con personas.
Para alcanzar la presidencia, López Obrador se incrustó y parasitó un movimiento político escindido del PRI y aliado con las izquierdas: el PRD. Al interior de él, construyó alianzas con grupos que ganaban con ello. Esos grupos no chistaron cuando López Obrador se deshizo de Porfirio Muñoz Ledo (desde 1998), Rosario Robles, Cuauhtémoc Cárdenas, porque a cambio ellos obtenían espacios que antes ocupaban los grupos de esos líderes. Cuando se les aplicó la misma medida, con la fundación de Morena, entonces reaccionaron, pero no antes.
A partir del ‘desafuero’, López Obrador amplió sus alianzas hacia la izquierda académica y diversos grupos de la ‘sociedad civil’ que, gracias a la educación primaria, han desarrollado un nacionalismo de corte pobrista cuya mejor ilustración es Pepe el Toro. Pero, aunque estos grupos tengan presencia mediática, no son los más relevantes, como ya lo han percibido, espero, conforme López los traiciona y destruye.
Para sostener su gobierno en la Ciudad de México, el PRD primero, y ahora Morena, dependen de la captura de los grupos corporativos anteriormente priistas. Esto fue posible, a mediados de los 90, gracias a Manuel Camacho, y su escudero, Marcelo Ebrard, que, al ser excluidos de la carrera presidencial de 1994 optaron por sumarse a las escisiones del PRI iniciadas en 1986 con la Corriente Democratizadora. Esos grupos son diversos, desde peticionarios de vivienda hasta comerciantes ambulantes, pasando por vecinos que requieren agua, grupos deportivos y, conforme avanza uno en las ramificaciones, actividades ilegales, delincuencia simple, o incluso crimen organizado.
Ese tipo de alianza se ha repetido donde el PRD, o ahora Morena, han llegado a gobiernos locales: peticionarios, informales y, eventualmente, delincuentes. Estos grupos eran tradicionalmente aliados del PRI, pero cambiaron cuando fue útil para ellos. Eso significa que pudieron obtener un espacio más amplio para sus actividades. Aunque no es la explicación fundamental del crecimiento de la inseguridad y la violencia, tampoco debe menospreciarse.
Pero no ha terminado la lista de los grupos, que espero continuar el miércoles aquí mismo.