Decíamos el miércoles que hay tres escenarios rumbo a 2024. El primero consiste en que Morena logre salvar el proceso sucesorio sin ruptura mientras la oposición sigue en el pantano que hoy habita; en el segundo, Morena se desquebraja, sin romperse, mientras que la ciudadanía logra imponerse a las patéticas dirigencias partidistas; en el tercero, Morena se rompe, y surge de ahí una tercera candidatura, que se cobija en los partidos pequeños, llevándonos a una elección de tercios.
No tienen la misma probabilidad los tres, ni agotan todas las posibilidades. Por ejemplo, podría ocurrir algo similar al segundo escenario, pero sin que la ciudadanía realmente logre algo, revirtiéndonos al primer escenario. Hay una gran cantidad de variantes, imponderables, sorpresas, que no deben alarmar a nadie: no podemos conocer el futuro.
Los escenarios planteados implican una competencia diferente en cada caso: una sola opción en el primero, dos en el segundo y tres en el tercero. En el primer caso, Morena no tendría nadie enfrente, mientras que en el segundo estaría en riesgo de perder. En el tercero, bastaría con 35 o 40 por ciento del voto para ganar y, en este momento, Morena tiene ese tamaño.
Sin embargo, estos escenarios se desenvolverán en un contexto que todavía no está claro. Además de la política, existen otras tres esferas relevantes para el análisis: la economía, el tema social y el entorno geopolítico, cuyo reflejo inmediato es esencialmente comunicacional.
En materia económica, los meses recientes han sido sorprendentemente buenos. La economía se debilitaba al cierre de 2022, pero inició este año, especialmente a partir de febrero, con gran fortaleza. Crece el empleo, crece el salario, y aunque ambos están muy rezagados frente a 2018, todo indica que la memoria no es el fuerte de la población. El peso fuerte ha sido aprovechado por López Obrador como señal de éxito económico, aunque no lo es, ni su nivel depende de las decisiones del gobierno. Tampoco en esto parece haber claridad en la ciudadanía.
El peso fuerte es resultado de dos cosas: la debilidad general del dólar y el diferencial de tasas de interés. Pero, además, no es una buena noticia, aunque a tanta gente se lo parezca. Por un lado, dificulta las exportaciones y la atracción de turismo; por otro, ha reducido notoriamente los ingresos petroleros del gobierno; finalmente, las altas tasas han elevado el costo financiero de la deuda pública. Al sumar, la vulnerabilidad de las finanzas públicas ha crecido significativamente en estos meses que, en apariencia, han sido tan buenos.
Como se sabe, para evitar que la crisis fiscal sea evidente, el gobierno ha optado por aniquilar las funciones tradicionales que cubría: seguridad, salud, educación y la gestión de cientos de trámites. Nada de eso está funcionando, y después de cuatro años así, ya empieza a haber molestia, enojo, reclamos, que suelen ser aprovechados por pequeños empresarios políticos en los procesos electorales. También en esto hay un incremento en la vulnerabilidad.
En el tema específico de la seguridad, el asunto es más serio. Este sexenio no es sólo el más violento de la historia, sino que, si sumamos a los homicidios las desapariciones, ha mantenido una tendencia creciente frente a los anteriores. Es cada día más evidente la pérdida de control del territorio, el avance de la extorsión o, en pocas palabras, el derrumbe del Estado.
A la última esfera, la geopolítica, le hacemos muy poco caso en México. Tal vez por eso no aquilatamos el creciente potencial conflictivo. La invasión rusa a Ucrania ha entrado en una fase muy grave a partir de antier; el nerviosismo de Xi frente a una China que se le desmorona; la turbulencia latinoamericana ya no sólo al interior de los países, sino entre ellos.
Si alguien está viendo los próximos 12 meses como un paseo con final feliz, está muy equivocado.