Decíamos el lunes que, más allá de la locura electoral que ocupa casi todo nuestro tiempo, estamos en una dinámica muy complicada para los siguientes meses. Ayer, por ejemplo, la principal de El Financiero reportaba que el SAT se está quedando corto en la recaudación, contra lo programado, hasta el mes de mayo.
Aunque hay un crecimiento en términos reales de 2.7 por ciento contra el periodo enero-mayo de 2022, esto es considerablemente inferior a lo que había presupuestado Hacienda. Esperaban una recaudación superior a 14 por ciento del PIB, y a duras penas podrían llegar a 13.5 por ciento, a como van las cosas. Esto sin considerar que pudiese haber una desaceleración en la segunda mitad del año, que por ejemplo ya se ve en los datos de ventas del mes de mayo, donde hay una caída en términos reales, cuyo impacto muy posiblemente lo veremos en la recaudación de IVA en el siguiente mes. Ya en mayo, se deduce del reporte del SAT, hay una ligera caída nominal en este impuesto.
Pero si los impuestos traen algunas dificultades, lo complicado está en los ingresos petroleros. Tanto festejo del “peso fuerte” parece dejar de lado que, para el gobierno, lo importante de la producción petrolera se mide en pesos, y si el precio internacional del crudo es estable en dólares, en pesos ha perdido terreno. Con los datos actuales, es razonable esperar una caída en ingresos petroleros de 37 por ciento para este año, muy superior a la ligera reducción que había estimado Hacienda.
El peso fuerte, a cambio, podría permitir más ingresos por IEPS a combustibles, pero no ha sido tan grande este efecto. Ha mejorado la recaudación contra el año pasado (cuando era negativa), pero no compensa la caída de ingresos petroleros que comentábamos.
Combinando estos efectos en ingresos con el importante incremento en el costo financiero de la deuda (que no se ha reducido todavía), el remanente disponible del gobierno se ha contraído mucho contra el año pasado. Ya en abril se tuvo que detener el gasto en inversión pública, porque simplemente no hay recursos, y esto confirma que no van a poder terminar sus obras magnas.
Seguramente algunos de los lectores ya estarán cansados de la insistencia de esta columna en el tema de las finanzas públicas, pero si entraran a ver los datos de Hacienda, confrontaran con el derrumbe de la gestión pública y aderezaran con los riesgos a la baja en los pronósticos económicos, especialmente considerando el mal desempeño de la economía china, tal vez podrían entender la obsesión.
El año próximo será electoral, y tradicionalmente ocurre un incremento en el gasto en esos años, en el caso de México. No hay razón para esperar algo diferente. Si ya en este año, desde el Presupuesto, Hacienda estimó un déficit mayor a lo razonable (que suele ser 3 por ciento del PIB), y sus metas de ingresos no se están cumpliendo, entonces la amenaza de llegar a 5 del PIB en el déficit no es menor. Y aunque no hay ninguna ley acerca del nivel del déficit que ya no es aceptable, me parece que la historia de nuestro país indica que se trata de un punto de no retorno. Nunca hemos podido evitar problemas serios cuando el déficit ha llegado a ese nivel. De hecho, hace al menos 35 años que no vemos algo así.
En este tema no hay magia. Los ingresos no pueden crecer por voluntad del gobierno, y los egresos no pueden reducirse arbitrariamente. Menos medicinas, menos atención, menos infraestructura, tienen costos relevantes, que en el corto plazo la población puede no ver, ilusionada con sus becas y pensiones. Cuánto tiempo dura esa ilusión, lo vamos a saber pronto.