Fuera de la Caja

Albóndigas

La insistencia en el mínimo no ha permitido a muchos observar que los salarios promedio no han podido tener incrementos notables.

Las nuevas ocurrencias de Palacio están relacionadas con el mercado laboral. Por un lado, que el salario mínimo nunca suba menos que la inflación; por otro, que al pensionarse, un trabajador gane lo mismo que tenía como último salario. Ambas cosas son posibles, pero tal vez los costos sean tan elevados que, como dice el dicho, el caldo resulte más caro que las albóndigas.

Primero el salario. Como ya escribió Enrique Quintana, hace 10 años que el salario mínimo sube más que la inflación, y es perfectamente posible que pueda mantenerse al mismo ritmo que los precios, o incluso un poco por encima de ellos, siempre y cuando esos precios no suban demasiado rápido. El problema no es la consideración abstracta de la carrera salarios contra precios, sino el fenómeno concreto.

La caída de la capacidad de compra del mínimo, que incluso lo relegó a una referencia para contratos mercantiles y no laborales, ocurrió en las décadas de los años 70 y 80, cuando la inflación fue siempre de dos o tres dígitos. Cuando la inflación alcanza esos niveles, los incrementos salariales se convierten en un mecanismo de inercia: mantienen la velocidad e incluso la incrementan. Cuando los precios se mueven 3 o 4 por ciento anual, los salarios pueden hacerlo un poco más rápido, y no pasa nada. Hay espacio para que el mercado ajuste, si es necesario, vía cantidad, es decir, con menos contrataciones. Pero cuando los incrementos son de 30 o 40 por ciento, o por encima de 100 por ciento, como ocurrió buena parte de los años 80, no hay manera de que el salario se mantenga en la carrera. Así ocurrió entonces, y en todos los países en los que la inflación ha alcanzado esos niveles.

En este momento, la inflación no es un problema tan serio, salvo cuando nos referimos a la comida. El dato de inflación en diciembre fue de 4.7 por ciento, pero en alimentos alcanzó 6.3 por ciento. En servicios, que como ha dicho Sergio Luna, parece que será el coco del Banco de México en este año, los precios subieron 5.3 por ciento en ese mes. Si comparamos el nivel de precios promedio de 2023 contra 2022, la inflación fue de 5.5 por ciento, la de servicios 5.4 por ciento pero la de alimentos llegó a 10 por ciento. Ojo, los alimentos aquí mencionados son los que están en la canasta de inflación subyacente, no incluyen la mayoría de frutas y verduras que, por ejemplo en diciembre, dieron sorpresa al alza.

Ahora bien, la insistencia en el mínimo no ha permitido a muchos observar que los salarios promedio no han podido tener incrementos notables. No les ha ido tan mal, pero la masa salarial en este sexenio ha crecido menos que en el de Peña Nieto, medido contra el INPC; si medimos contra el subyacente, es menos que los dos sexenios previos; si medimos contra alimentos, como en el párrafo anterior, el crecimiento es prácticamente nulo.

Pero la otra ocurrencia es la de las pensiones. Es perfectamente posible que una persona ahorre lo suficiente durante su vida laboral para tener una pensión del mismo nivel de su último salario. Para lograrlo, debe trabajar muchos años y sobrevivir pocos en el retiro. Por ejemplo, si una persona entra al mercado laboral a los 20 años, trabaja sin descanso hasta los 65, con incrementos razonables de su ingreso en ese lapso, podría retirarse y vivir 20 años más (hasta los 85, pues) con el mismo nivel de su último salario. Nada más tiene que ahorrar 23 por ciento de su ingreso, año tras año, en un instrumento financiero que le ofrezca un rendimiento real de 3 por ciento, que es más o menos lo que las Afores han podido pagar. Pero ahorrar ese monto, pagando además 20 o 30 por ciento de impuestos, no es algo sencillo. Sólo quien no ha trabajado nunca, como el de Palacio, puede tener estas ocurrencias.

COLUMNAS ANTERIORES

2025
Sistemas

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.