Hace 30 años, todo México estaba emocionado porque nos estábamos transformando. Entrábamos al primer mundo de la mano de un acuerdo comercial con Estados Unidos y Canadá. Aunque el 1 de enero de 1994 el Ejército Zapatista dio una sorpresa en Chiapas, el impacto fue nulo en la economía y los mercados. Para febrero, teníamos la inflación y la tasa de interés más bajas en los 30 años previos, el tipo de cambio se mantenía no sólo estable, sino fortaleciéndose, y lo único que generaba preocupación era la política.
Si bien el EZLN no afectó la economía, sí tuvo un gran impacto en la política, especialmente cuando Manuel Camacho, que poco tiempo antes había hecho un gran berrinche cuando no fue el elegido, regresó a los titulares como “comisionado por la paz”. Su presencia generó dudas acerca de la candidatura de Luis Donaldo Colosio, al que muchos veían traicionado. Poco tiempo después, Colosio fue asesinado, y entonces empezó el año terrible. Las presiones sobre el tipo de cambio se evitaron con feriado bancario y el ingreso a la OCDE, Salinas logró unidad alrededor de Zedillo, y con todo el poder del Estado, sacaron adelante la elección. Días después, fue asesinado José Francisco Ruiz Massieu, y menos de tres semanas después de tomar posesión Zedillo, vino la catástrofe: un intento de “mover tantito” la banda de flotación del peso provocó una corrida, el retiro del Banco de México del mercado cambiario, y de pronto para todos se hizo evidente que México no tenía dinero. Se debían 25 mil millones de dólares a pagar en enero de 1995, y el Banco tenía 6 mil.
Esa sorpresa no debió ocurrir. Era perfectamente posible saber que tendríamos un problema cambiario, porque la cuenta corriente era profundamente deficitaria. Aunque en aquel entonces no había realmente internet, los datos se publicaban trimestralmente (en papel). Bastaba juntar esas publicaciones, hacer algo de trabajo en computadoras bastante rústicas, pero con facilidad se podía ver que, en 1994, estábamos ya con un déficit en cuenta corriente similar al de 1976 y al de 1982: 5 por ciento del PIB. Por aquel entonces yo tenía menos de un año de escribir, justo aquí mismo, pero ya había publicado esa información. No había forma de saber cuándo, pero sí se podía saber que tendríamos un severo problema.
Pero ésa no era la percepción general. Por el contrario, lo que abundaba entonces era el optimismo. Creceríamos gracias al TLCAN, y podríamos consolidar la transformación del país. Carlos Salinas era, hasta antes del EZLN, el presidente más popular en la historia de México (incluso comparado con los que le siguieron). El alzamiento, los magnicidios, pero sobre todo el “error de diciembre”, lo convirtieron en el más odiado.
Conviene no olvidar, porque si bien la historia no se repite, dicen por ahí que rima. Hoy en día es imposible tener una crisis severa en cuenta corriente, gracias a que el peso se ajusta todos los días. En esta última semana, ha subido y bajado 2 por ciento sin que pase nada. Pero si bien el déficit externo se controla gracias al régimen cambiario y al gran flujo de remesas, el déficit fiscal no tiene esos límites. En 2023, pero sobre todo en 2024, hemos alcanzado niveles no vistos desde antes de Carlos Salinas. Hay que regresar a los años ochenta, los de la tragedia, para encontrar déficits fiscales similares a los de ahora. Y lo mismo ocurre con las deudas de corto plazo de Pemex, que no veíamos desde aquellos tiempos (entonces no de Pemex, sino del gobierno).
Como hace 30 años con el TLCAN, ahora hay muchos ilusionados con el nearshoring. Como entonces, señalar las grietas no atrae popularidad. Tal vez, como entonces, sea hasta después del derrumbe que todo mundo se llame a sorpresa.