Carlos Urzúa fue un gran maestro. Lo pueden atestiguar miles de alumnos, pero especialmente quienes tuvieron la fortuna de tomar clase con él en el Tec de Monterrey y El Colegio de México. Decenas de sus alumnos lo acompañaron en su travesía por el servicio público, primero en el gobierno de la Ciudad de México, como secretario de Finanzas (2000-2003) y después como secretario de Hacienda al inicio del actual gobierno federal (2018-2019). Algunos de ellos dejaron sus funciones junto con él, otros se quedaron. Algunos le aprendieron no sólo economía o finanzas, sino que abrevaron de su vocación y sus valores. No todos, claro.
Yo no tuve la suerte de ser formalmente su alumno. Lo conocí cuando terminaba ya mi doctorado, y me hizo favor de ser lector de la tesis. Participaba entonces en el comité de profesores del Centro de Estudios Económicos del Colmex, y me invitó a incorporarme ahí. Estuve sólo un año en el CEE, ya que su colega, también lector de mi tesis y parte del comité, al año siguiente decidió promover mi salida. Lo comento porque es hoy una figura conocida, es el liquidador del CIDE, José Romero.
La amistad que tuvimos Carlos y yo fue muy profunda por un tiempo. Conté con su ayuda cuando tuve la oportunidad de colaborar en la construcción de un modelo económico alternativo (1996-1997), y también a mi paso por el gobierno de la Ciudad de México (1997-1999). Como lo he descrito en otro lado (México en el precipicio, Ariel, 2022), al cierre de ese ciclo, él optó por acompañar a López Obrador en su candidatura a la jefatura de Gobierno de la Ciudad, yo ya no lo hice.
En 2003, Carlos terminó su tiempo en el entonces GDF y regresó a la academia. Ya no al Colmex, sino al Tec de Monterrey, donde fundó la Escuela de Gobierno y Administración Pública. Ahí nuevamente coincidimos. Algo le molestaba de su paso por el gobierno, pero jamás platicamos de ello. Tal vez porque nuestra amistad había perdido parte de la profundidad que alcanzó en los años previos. Aunque Carlos no participó de manera intensa en la campaña de López Obrador en 2006, la confianza en el triunfo que tenían en su círculo cercano provocó distanciamientos cuando chocaron con la realidad.
Circunstancias laborales, la refundación de la Escuela (ahora de Gobierno y Transformación Pública), su mayor involucramiento en el proyecto de López Obrador, redujeron aún más el tiempo en que podíamos conversar. Algún intercambio logramos, incluso después del triunfo de 2018, pero fue después de su renuncia que realmente recuperamos el contacto. Nuevamente en el Tec, por unos meses, hasta que decidió jubilarse para impulsar nuevos proyectos académicos en la UNAM. Ya no volvimos a platicar.
Carlos Urzúa fue, además de un gran maestro, un gran economista. Sus publicaciones académicas cubren un amplio abanico: desde análisis de pobreza y mercado laboral hasta métodos estadísticos muy sofisticados, pasando por impuestos y finanzas públicas. Fue también divulgador, publicando semanalmente en El Universal por varios años (interrumpidos por su tiempo en los gobiernos). Como funcionario público, tenía la combinación ideal de honestidad a toda prueba, capacidad demostrada y disciplina. Ya decíamos, algunos de sus alumnos le aprendieron todo esto.
Perdemos un hombre bueno, capaz y dedicado. Un maestro de generaciones. Un funcionario probo. Yo pierdo a un gran amigo, aunque los lazos se hayan hecho más delgados con el tiempo y la mala sombra política. Laura, María José y Juan Carlos pierden algo fundamental en sus vidas. Que no sepan más de penas, y que el recuerdo del hombre bueno que fue Carlos les dé resignación y orgullo.