El sexenio actual ha sido generoso en errores y mezquino en éxitos. Prácticamente no hay nada en el segundo grupo, aunque los feligreses insisten en acomodar cosas ahí. Lo único que encuentro es el incremento artificial de ingresos a las familias que, aunque suene bonito, no deja de ser artificial. Por un lado, becas, pensiones y transferencias, que tienen que cubrirse con deuda; por otro, incrementos salariales fuera de lógica, que han provocado ya una brecha en productividad de prácticamente 30 por ciento. Esa brecha se resolverá vía inflación o empleos, además de reflejarse ya en la compactación de salarios. Ambas cosas aguantan hasta la elección, y algunos meses más, pero no eternamente.
Lo que se ha logrado con los continuos e inmoderados incrementos al salario mínimo es que ahora tengamos a dos terceras partes de los trabajadores formales ganando menos de dos salarios mínimos. Era un tercio al inicio del gobierno de Calderón, después del gran esfuerzo de los sexenios anteriores por eliminar pagos inferiores al mínimo. Pero no encuentro otra cosa digna de mención: crecimiento económico de 0.7 por ciento, promedio anual; déficit de 5 por ciento del PIB; situación crítica en Pemex y CFE, a pesar de rescates y subsidios; y en el ámbito social, la destrucción del sector salud, que ha implicado un crecimiento brutal del gasto de bolsillo, que se lleva mucho más de lo que transferencias, becas y mínimos le han aportado a las familias. Al menos así se ve en la ENIGH 2022, pero no hay datos más recientes.
El crecimiento del control territorial del crimen organizado, ahora reflejado en el asesinato de candidatos o funcionarios, casi todos los días, así como en la extorsión y los castigos por no cumplirla, no creo que requiera muchos renglones. De la corrupción, especialmente de la familia Palacio, también sobra evidencia.
A la hora de juntar toda esta información, muchas personas se sorprenden de que López Obrador siga siendo popular. Tienen razón, sería sorprendente, pero es que en realidad no lo es. Déjeme comparar con los anteriores presidentes. Primero, excluyo a Peña Nieto, que nunca pudo ser popular. Zedillo fue electo con 48.7 por ciento de los votos, pero su popularidad en el último año de gobierno alcanzó 66 por ciento. Subió 17 puntos durante su mandato. Vicente Fox ganó con 42.5 por ciento del voto, y su popularidad al final rondaba 61 por ciento, es decir que ganó 18.5 puntos. Felipe Calderón ganó la elección con 35.9 por ciento de los votos, pero cerró su gobierno con popularidad de 60 por ciento. Incrementó su apoyo, durante su gobierno, en 24 puntos.
López Obrador ganó con 53.2 por ciento de los votos, algo digno de reconocimiento entonces. Sin embargo, su popularidad hoy está muy mermada. Al respecto, conviene separar las encuestas en dos grupos: las que han mantenido su medición de forma más o menos congruente (EL FINANCIERO, Lorena Becerra -antes Reforma-, Buendía, GEA-ISA, Parametría, Mitofsky), que hoy tienen al Presidente en 55 por ciento (o un poco por debajo), y las que desde 2021 empezaron a medir algo diferente: Enkoll, Demotecnia, Covarrubias y ahora Reforma con su nuevo equipo. Para ellos, 70 por ciento es poco, pero no hay explicación de por qué antes de 2021 medían lo mismo que las demás encuestadoras mencionadas, y hoy ya no es así.
Si comparo la votación de López Obrador con la popularidad de las encuestas que me parecen confiables, el incremento en aprobación, en su último año, es de dos puntos. Muy lejos de los 17 de Zedillo, los 19 de Fox y, sobre todo, los 24 de Calderón. Suena lógico, si consideramos que los votos desde 2021 se han repartido de forma prácticamente idéntica entre los aliados de Morena y la oposición: a mitades.
Entonces, López está lejos de ser popular, y su candidata no tiene los márgenes que le atribuyen. La elección no sólo no la tienen ganada, sino que todo indica que la tienen perdida. Pero eso lo platicamos el miércoles.