Fuera de la Caja

Basta

Basta ya de las ilusiones de que Claudia Sheinbaum podría gobernar distinto, cuando ella misma ha declarado abrazar las instrucciones de su jefe y único apoyo político.

López Obrador intenta destruir la República. Su constante ataque a los organismos autónomos, la subordinación que exige de sus legisladores y la ofensiva en contra del Poder Judicial son piezas inseparables del intento de concentrar todo el poder en una sola persona: él mismo. Sólo la ignorancia, la estulticia o el fanatismo (no se excluyen entre sí) impiden ver lo que ha hecho durante cinco años, y refrendó hace dos meses, el 5 de febrero, en su lista de reformas.

Sin embargo, hay personas que no son ignorantes, fanáticas o faltas de entendimiento, que buscan por todos los medios encontrar disculpas al comportamiento del autócrata. Entre ellos, quienes se dedican a la política electoral no merecen otro tratamiento que el de esquiroles. Así me he referido en varias ocasiones a Movimiento Ciudadano, y así seguiré haciéndolo. Fingir que hay una tercera vía entre autoritarismo y democracia no merece otro calificativo.

Algo similar debemos hacer con los colegas, en medios y academia, que siguen buscando endulzar el proceso de destrucción de la República. Algunos siguen afirmando que era peor lo que teníamos antes, otros insisten en la falsa idea de que la objetividad se alcanza comparando las dos visiones, como si fuese igual el asesino a la víctima. Porque no es otra cosa lo que estamos viendo: al asesino de la República frente a las víctimas ciudadanas.

Estos personajes, a veces llamados normalizadores o habitantes de “Corea del Centro”, merecen una crítica pública y un desprecio general. No existe forma de defender, desde los medios o las redes, a quien está dedicado, en cuerpo y alma, a destruir los derechos ciudadanos. Porque no habrá forma de opinar, en esos medios y esas redes, cuando no haya Poder Judicial que pueda defender el derecho a pensar y expresarse. Argumentar que la defensa del destructor es válida porque hay que hablar bien de los dos lados es una tontería mayúscula; hacerlo recurriendo al mito de las buenas intenciones del destructor, o a las malas prácticas de otros actores políticos, es una falacia lógica. En nada cambia el hecho de la destrucción con las intenciones de unos y otros.

Decenas de estos normalizadores, tal vez cientos, promovieron hace seis años el triunfo de quien ahora está a punto de terminar su obra. No tienen excusa. Era claro desde entonces, especialmente para quien tiene el privilegio de una tribuna pública, el carácter antidemocrático de López Obrador. Prefirieron, en la falacia mencionada, sus ‘buenas intenciones’ a las ‘malas prácticas’ de otros. Muestra clara de su incapacidad lógica que no puede repetirse.

Lo decíamos el lunes. No es tiempo de esquiroles, normalizadores, cobardes o acomodaticios. Quien siga promoviendo el triunfo del segundo piso de la transformación, es decir, de la marioneta del autócrata, tiene que asumir su papel colaboracionista en la destrucción de la República. No estamos en una elección común y corriente, sino en el último esfuerzo por impedir el fin de la democracia. Quien piense lo contrario tiene que demostrar que la destrucción del Poder Judicial, la subordinación del Legislativo, el fin de los organismos autónomos, no tendría efecto alguno en ella. Si alguien realmente cree que concentrar todo el poder en López Obrador es un estadio superior de la democracia, que lo diga así.

Basta ya de las ilusiones de que Sheinbaum podría gobernar distinto, cuando ella misma ha declarado abrazar las instrucciones de su jefe y único apoyo político. Basta ya de encontrar virtudes en un autócrata. Basta ya de excusarse en un pasado que tenía abundantes defectos, pero en el que logramos, por primera vez en la historia nacional, que los votos contasen. Basta de normalización y ficciones. Los colegas que crean que López Obrador vale más que la República, que asuman su traición.

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