Chiapas es un estado fallido. Después de varios gobernadores muy malos, el actual ha perdido por completo el control del estado, que se encuentra disputado por bandas de criminales que buscan dominar el mayor negocio de los últimos años: la trata de personas. La gran migración hacia Estados Unidos desde el sur de México, no sólo de latinoamericanos, y la tradicional porosidad de nuestra frontera sur, ofrecen grandes oportunidades a estos criminales. Ni el Instituto de Migración, ni la Guardia Nacional, ni nadie se les ha parado enfrente, y el estado actual es prácticamente de guerra.
Los habitantes de la zona han clamado por ayuda, han buscado defenderse, y ahora algunos de ellos abandonaron el territorio nacional para desplazarse a Guatemala. Flujo inverso del ocurrido hace cuarenta años, cuando la guerra civil en ese país movió a decenas de miles de guatemaltecos a guarecerse en nuestro país.
He visto comentarios denigratorios de Guatemala alrededor de estas noticias, así que creo conveniente compartir un poco de información para actualizar creencias y prejuicios. Aunque Guatemala es un país mucho más pequeño que México, y que tradicionalmente ha tenido ingresos más bajos, en el transcurso de las últimas décadas su desempeño ha sido notoriamente mejor al nuestro. De acuerdo con los datos del Banco Mundial, el ingreso por habitante, medido en términos constantes y eliminando el efecto del poder de compra, creció en Guatemala a más del doble del de México de 1990 a 2023. Mientras nuestro crecimiento fue de 0.7 por ciento anual, en Guatemala crecían al 1.6 por ciento cada año.
En los últimos cinco, con nuestro deplorable gobierno, el ingreso por habitante en México se ha estancado, no crecimos nada. En Guatemala, cada uno de esos años el ingreso crecía 2.1 por ciento. Así, mientras en los primeros años noventa la diferencia de ingreso entre Guatemala y México era parecida a la que teníamos nosotros con Estados Unidos (bajo esta medición de paridad de poder de compra), en 2023 los guatemaltecos casi llegan al 60 por ciento del ingreso de los mexicanos, mientras nosotros ya ni siquiera alcanzamos el 30 por ciento de los vecinos.
Aunque sin duda Guatemala tiene muchos problemas, como el resto de los latinoamericanos, en cuestión económica su desempeño reciente es de felicitar. El nuestro no, especialmente en los últimos cinco años, que han sido un fracaso rotundo. Al respecto, conviene insistir en que durante los últimos dos años se creó desde el gobierno una burbuja de ingresos que permitiera a la población consumir más, y con ello garantizar que su estado de ánimo favoreciese el triunfo de la opción oficial. En eso también Guatemala nos ha dejado atrás: con dificultades, pero el triunfo democrático de Bernardo Arévalo no se parece en nada a la elección de Estado que vivimos nosotros.
La burbuja creada en México es una gran preocupación, porque el ‘consumo en exceso’ de los últimos dos años equivale, casi exactamente, al déficit fiscal. Eso significa que cualquier intento de consolidar las finanzas públicas implicará una caída en el nivel de vida de los mexicanos, que no será nada sencillo de procesar. Con una economía que se desacelera mucho más rápido de lo esperado, y que ya apunta a no llegar siquiera a 2 por ciento de crecimiento en este año, y con una inflación que se ha salido de control, esa caída en el consumo va a hacer evidente a los mexicanos el engaño que sufrieron rumbo a la elección.
Por otra parte, el nivel de riesgo que los inversionistas atribuyen a México ha crecido en los últimos dos meses. Desde que López Obrador anunció su intención de destruir el Poder Judicial, el peso se ha depreciado a un ritmo superior al resto de las monedas. En los días siguientes al anuncio, esa diferencia superó 10 por ciento, aunque después se moderó un poco. En esta semana, nuevamente ha llegado a esos niveles.
Parafraseando ese mal dicho de hace décadas, nosotros somos Guatepeor.