Esta semana he intentado presentarle una perspectiva más amplia para entender lo que vive hoy México. En la semana anterior lo hice, de manera más breve, con el tema internacional. Mi intención es enfatizar las dinámicas que superan a nuestras breves vidas, y que por lo mismo son difíciles de identificar, por encima de las personas, a las que hacemos mucho caso, pero rara vez tienen importancia.
No me refiero a las teorías grandilocuentes de la historia, que ven en la lucha de clases o en la supremacía étnica la explicación de las cosas. Teorías que, en buena medida, existen como contraposición a la visión heroica de los grandes hombres (casi nunca mujeres) que guían a las naciones. No es necesario apelar a esas abstracciones erróneas.
No cabe duda de que cuando coinciden las dinámicas sociohistóricas con el personaje adecuado, se aceleran los hechos. En nuestro caso, la presión de la mitad del país por regresar a tiempos que recuerdan como más sencillos, al converger con el simple, pero carismático, facilitó el derrumbe del último intento modernizador. Pero fue necesario llevar al límite ese intento para que este personaje lograse su objetivo.
Lo que sigue, decíamos, es el caos. Ese país al que quieren regresar ya no puede existir, y quienes ocupan hoy las posiciones de poder no tienen la capacidad para revertir la dinámica en que se montaron. Excluyentes, indisciplinados e incompetentes, pueden seguir destruyendo, pero nada más que eso.
El líder que los llevó adonde están ya dio lo que podía dar. Capaz de engañar a muchos por mucho tiempo, requirió gastar carretadas de dinero para sostenerse e imponer a la sucesora. Dinero que ya no existe, que de hecho nunca existió, y por eso hubo que contratar deuda, que empieza a ser difícil de pagar. Podría regresar a los cuentos, inventar enemigos, pero la esencia de su mensaje, la limosna, ya no estará para respaldarlo. Supongo que por eso se esconde, para que sea otra la que coseche.
Sin autoridad sobre el monstruo creado, sin control del territorio, sin comprensión de la amenaza externa, todo es un castillo de naipes. Imposible saber cuál caerá primero, derrumbando al resto: creciente percepción de riesgo, arbitrajes internacionales, saturación judicial, violencia, o de plano el conflicto en el paraíso. Lo sorprendente sería que durante el año que está por comenzar, todo el castillo no se venga abajo.
No hay tampoco quien recoja la baraja para jugar nueva mano. Los viejos partidos ya no tienen presencia nacional, los nuevos todavía no existen. Aunque sin duda los hay, no se perciben los liderazgos de recambio. Su juego, además, dependerá de esas dinámicas mencionadas, muy influidas por el fenómeno global, hoy igualmente incierto.
Preferiría que las cosas fuesen distintas, pero “el pueblo que no quería crecer”, como nos llamaba Ikram Antaki, ha optado por este camino. Varias veces. Nuestra consistente negativa a contar con reglas iguales para todos, privilegiando las propias o las de nuestro grupo, no puede llevarnos en otra dirección. Con las armas, con los votos, o con los pies, insistimos en esta ruta.
A pesar de eso, como cada año, le deseo que las cosas vayan bien para usted y sus cercanos. Dudo que sea así para el país entero, pero desear no cuesta nada. Ilusionarse, sí. No lo haga. No siga esperando a Santa Claus, a los Reyes Magos, o a la Científica, figuras míticas todas ellas.
Fuera de la Caja descansará las siguientes dos semanas y, como regalo de esos Reyes míticos, nos veremos de nuevo el 6 de enero del año que será, tal vez, el más interesante de nuestras vidas.