Desde hace siete años, una pregunta constante es si México va rumbo a convertirse en Venezuela. La preocupación existía desde la elección de 2018, porque para muchos era claro que López Obrador sí era un peligro para México, algo evidente desde inicios del siglo y aceptado por una parte de los ciudadanos desde la elección de 2006.
Sin embargo, en la ocurrida en 2018 fue mayor la proporción de quienes preferían apostar por un cambio, sin considerar que ese cambio podía ser hacia algo peor de lo conocido. En el gobierno que siguió hubo abundantes reclamos a quienes habíamos calificado a López de peligro, porque, decían, no pasaba nada grave. Al contrario, estaríamos viviendo una gran transformación, que por fin escuchaba y atendía los reclamos de la mayoría.
Hoy debería ser claro que esto no ocurrió. Se trasladaron recursos hacia grandes grupos, pero no para mejorar su situación, sino para garantizar su lealtad. Esos recursos fueron distraídos de funciones elementales del Estado: seguridad, salud, educación; fueron financiados con los ahorros de 25 años, y finalmente fueron cubiertos por el mayor endeudamiento en más de tres décadas. Si además se considera el despilfarro en ocurrencias que sirvieron para distraer y encandilar, pero también para robar, el daño patrimonial ha sido enorme.
Pero nada de eso puede considerarse como “camino a Venezuela”, como sí lo es la destrucción institucional, fuerte en los primeros tres años de aquel sexenio, moderada en la segunda parte (debido a la derrota intermedia), y acelerada al máximo en los últimos meses de 2024. Es ahí donde sí puede fundamentarse la preocupación de que México se esté convirtiendo en Venezuela.
Como en aquel país, en los años de Chávez (especialmente a partir de 2002), se eliminó cualquier contrapeso y se concentró el poder en su persona. A la muerte de Chávez, en 2013, fue Maduro quien consiguió ese poder, gracias a los cubanos y a parte de los militares, ya muy involucrados en el narcotráfico, y por ello vulnerables. Se robó las elecciones desde entonces, pero no logró hacerlo con la última, en la que la oposición no sólo lo derrotó en las urnas, sino que documentó su triunfo y con ello ganó la batalla mediática y diplomática.
Hoy debe tomar posesión de la Presidencia de ese país Edmundo González, pero Maduro resiste hasta el final. Amenaza con detenerlo, acusado de todo tipo de crímenes políticos, y ayer mismo atacó a María Corina Machado, que con un valor inmenso salió de la clandestinidad para encabezar las manifestaciones convocadas la víspera de la toma de posesión. Al momento de escribir esto, no es clara la situación de ninguno de los actores, por lo que no puede hacerse un pronóstico.
Pero sí podemos, regresando al tema, decir con claridad que México sí ha sufrido un cambio de régimen en la línea venezolana, aunque con una economía mucho más compleja y desarrollada. Por ello, no parece posible que suframos aquí la destrucción económica que vivió ese país bajo Maduro. Sin embargo, la concentración de poder, la falta de garantías, la facilidad para defraudar en los comicios, ya están con nosotros.
Este mes se cumplen 26 años de la llegada de Chávez a la Presidencia por primera vez. Un cuarto de siglo para poder enfrentar, con posibilidades de éxito, a la punta de ladrones y asesinos que se hicieron del poder arguyendo que lo hacían por los más pobres. Y si hoy mismo se logra algo en Venezuela, será por un grupo de opositores convencidos, valientes, bien organizados.
Lecciones en todo sentido. ¡Fuerza, Venezuela!