Hace algunos años, cuando el gobierno mexicano todavía se interesaba por los temas de comercio internacional de manera positiva, el entonces secretario de Economía, Dr. Ildefonso Guajardo, decía que no tenía sentido buscar un tratado de comercio, o una relación comercial más amplia, con la República Popular China. Lo que decía el experimentado funcionario, veterano de la mayoría de las negociaciones comerciales de México con el mundo, es que las economías china y mexicana no son complementarias. Con lo cual, quizá, quería decir que son sustitutas, es decir, las empresas chinas y las mexicanas somos competidores y no socios naturales.
Respeto mucho al Dr. Guajardo, pero nunca le compré esa idea. La verdad es que México no ha querido profundizar relaciones comerciales con China debido a dos circunstancias, una de ellas geopolítica, la otra proteccionista.
La razón geopolítica: Estados Unidos siempre nos ha visto como parte de su área de influencia. Recuerde el proyecto del tren México-Querétaro en la administración anterior. Más allá del desaseo para asignar la obra a una empresa china, que fue el argumento para que los americanos y canadienses se quejaran, había otras razones. Los chinos construyen infraestructura en el mundo, pero no es gratis. Es parte de su poder suave para poder influir en los gobiernos de la región. Los proyectos no admiten tecnología, o dirección, o mano de obra que no sean de China. Si eso ocurre en Perú, al gobierno de Estados Unidos o a sus empresas no les preocupa. Si ocurre en México, sí es tema.
La circunstancia proteccionista es que la China continental produce bienes de bajo valor agregado en los que compite con México. Cierto, México se ha especializado en bienes de alto valor, como coches, partes de aviones, electrodomésticos, donde el costo de transporte importa. También en los productos de especialidad ‘justo a tiempo’ donde el tiempo de espera para traer mercancías de China es largo. China se volvió el país de origen de artículos de alto volumen, baja dificultad productiva, bajo valor agregado, construido con capital estadounidense en Asia. Abrir a insumos intermedios chinos industrias como la automotriz mexicana, implica no cumplir con las reglas de origen de los tratados comerciales con Estados Unidos.
Sin embargo, esa lógica, impecable en nuestro comercio con la China continental, no es igual con la China nacionalista, separatista, con sede en la isla de Formosa, o Macao, o Taiwán. La China comunista ha sido muy dura con la comunidad internacional respecto a su política de ‘una sola China’. El país que acepte a Taiwán como un país independiente, se arriesga a consecuencias y sanciones por parte de los chinos comunistas.
Vimos algo de eso ayer, con la visita de la oradora de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, a Taiwán. Una visita simple y un aterrizaje implicó maniobras militares y movilizaciones del gobierno de Xi Jing Ping que parecían preludiar la tercera guerra mundial. Hace pocos años, una conversación telefónica de Trump con su homólogo taiwanés, Tsai-Ing-Wen, generó escozor en la relación bilateral sino-estadounidense.
Nuestra economía será competidora natural con China comunista, pero Taiwán sería un complemento para nosotros, por su producción de semiconductores, esos insumos escasos últimamente. Obviamente, el canciller Ebrard está muy consciente de que a su jefe, el presidente López Obrador, le emocionan los países de bandera roja con estrellas, hoces y otros motivos de la iconografía socialista del siglo pasado. Tampoco creo que el canciller Ebrard lea muy seguido esta columna (if at all, dirían nuestros lectores anglosajones). Ya en otra entrega, habíamos propuesto que México rompiera el protocolo diplomático de la China comunista, que reconociera a Taiwán como nación independiente, y que firmemos un TLC con ellos para asegurar nuestro abasto de semiconductores y otras joyas de la electrónica que por lo avanzado de la tecnología o los costos de inversión, no podemos producir.
Ya entrados en esa lógica, Cancillería también podría pensar en que México pida su ingreso a la OTAN, para que esa fuerza militar multinacional nos ayude con nuestro problema de crimen organizado, y también como una manera de reforzar nuestra alianza con los únicos socios que le han dejado dividendos en dólares, a México: Estados Unidos y Canadá.
Todo esto son sueños de opio chino bajo el gobierno mexicano actual. ¿Algún opositor político que se anime a enarbolar estas banderas?