La inversión extranjera directa (IED) es una de las variables que más atrae la atención de los analistas de la economía mexicana.
Este concepto se contabiliza como ‘pasivos netos incurridos’, en el rubro de inversión directa de la balanza de pagos. Debe recordarse que esta balanza registra las entradas y salidas de dinero entre el país y el resto del mundo, por lo que, como otros renglones, la IED consiste en flujos monetarios.
Por definición, la IED agrega operaciones financieras de inversionistas no residentes en empresas en México, cuya relación refleja una influencia, directa o indirecta, de al menos diez por ciento del poder de voto de las entidades receptoras.
Las posibles transacciones financieras de la IED abarcan aportaciones nuevas de capital, reinversión de utilidades y créditos. Otros pasivos similares que no alcanzan el poder de voto mencionado no se clasifican como inversión directa, sino de cartera.
Así, la IED representa, esencialmente, un financiamiento, y se distingue de la inversión física, que significa un uso de recursos, por lo que no necesariamente involucra a ésta.
Por ejemplo, la IED podría destinarse a construir una planta o comprar maquinaria y equipo, o, alternativamente, a adquirir una empresa o sanear financieramente una entidad propia. En los primeros casos, la IED impulsaría la formación de capital físico, pero no en los segundos, al implicar solo un cambio de manos de los recursos financieros.
La distinción anterior y la proporción baja del IED respecto al PIB ayudan a entender por qué dicha variable no ha determinado la evolución de la inversión física total del país.
A manera de ilustración, durante la última década, el valor anual en dólares de IED exhibió variaciones sin una pauta definida. El monto máximo se registró en 2013, como resultado de la adquisición de un grupo cervecero importante.
Además, durante 2019-2021, los flujos anuales fueron relativamente estables, en torno a un promedio de 31.0 mil millones de dólares, el cual se ubicó por arriba de las cantidades observadas en 2012 y 2014 y no parece haber estado afectado por la pandemia del COVID-19.
La ausencia de un patrón en la evolución de la IED contrasta con el comportamiento más regular de la inversión fija bruta en términos reales. Esta variable, conocida en cuentas nacionales como Formación Bruta de Capital Fijo (FBCF), mostró una tendencia identificable: una recuperación hasta 2015, seguida de un estancamiento hasta mediados de 2018, y una trayectoria a la baja desde entonces.
Durante los últimos tres años, el debilitamiento de la FBCF ha sido más pronunciado que el del PIB, con un desplome más abrupto en el segundo trimestre de 2020, ante la emergencia sanitaria. La posterior recuperación de ambos indicadores ha sido endeble.
La mayor variabilidad de la inversión física respecto a la del PIB es característica de los ciclos económicos de cualquier país, al ser el componente de la demanda agregada que más fácilmente puede ajustarse frente a la mejora o el deterioro de las perspectivas económicas. En el lapso reciente, la desaceleración de la FBCF parece haber reflejado las condiciones adversas de política económica de la presente administración.
En 2021, la IED representó 2.5 del PIB y 12.6 por ciento de la FBCF. Si bien estas proporciones no son altas, la IED ha tenido un efecto notable sobre la modernización del aparato productivo del país, especialmente en la industria manufacturera, la cual se encuentra estrechamente integrada con la de Estados Unidos.
El estímulo de la IED sobre la FBCF dentro de las manufacturas de los países en vías de desarrollo ha sido verificado de forma estadística. Asimismo, el Banco de México ha documentado que la IED ha sido un determinante significativo de las exportaciones manufactureras mexicanas.
El beneficio de la IED se ha extendido, en algún grado, a la economía en su conjunto, ya que la transferencia de tecnología y de conocimiento impulsa la innovación y, de esta manera, el dinamismo productivo.
Si bien su aportación ha sido positiva, debe reconocerse que la IED no es la única fuente de financiamiento de las empresas, incluyendo, dentro de las fuentes externas, la inversión de cartera. De ahí que la IED no pueda considerarse una panacea para la inversión física.
Lo más importante para el atractivo de la inversión física y, por lo tanto, para cualquier fuente de recursos, incluyendo la IED, es la creación de un entorno de apertura y certidumbre en las reglas del juego de la economía.
La IED y la FBCF deberían representar proporciones más elevadas del PIB en México. Sus niveles relativamente bajos son una restricción al crecimiento económico potencial.
El autor es exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006).