Desde 2022, el peso mexicano ha sido una de las monedas que más se ha apreciado frente al dólar estadounidense. Este contraste ha llevado a algunos comentaristas a calificar nuestra moneda como el “superpeso” e, incluso, a asociar su desempeño con la solidez de la economía mexicana.
Ante esta evaluación, conviene preguntarse, primero, si en realidad está fuerte el peso y en qué sentido. Los datos sugieren cautela para celebrar la fortaleza.
El valor del peso puede visualizarse internamente, en términos de su poder de compra, utilizando el INPC. La inflación en México ha sido un fenómeno constante, que se ha acentuado desde 2021.
Como resultado, un peso en enero de 2023, compró 13.5 por ciento menos que dos años antes, 26.5 por ciento menos que seis años antes, y así porciones decrecientes respecto a años cada vez más remotos. El continuo deterioro del poder adquisitivo del peso contradice cualquier noción de fortaleza monetaria interna.
Asimismo, el valor del peso puede definirse internacionalmente, en términos de otra moneda. Por la relación económica de México con Estados Unidos y el predominio mundial de este país, el punto de referencia obvio es el dólar.
Una disminución del tipo de cambio del dólar en términos de pesos (TDC) implica una apreciación del peso, y un aumento, una depreciación. Al poder intercambiarse, respectivamente, por una mayor o una menor cantidad de dólares, la jerga común caracteriza la apreciación como un “fortalecimiento” del peso y a la depreciación, como un “debilitamiento”.
Debe advertirse que ambas nociones toman como punto de partida una fecha determinada, por lo que no son absolutas, sino relativas a la referencia seleccionada, la cual, si se altera, puede cambiar el diagnóstico. Por ejemplo, a principios de marzo de 2023, el peso resultó más “fuerte” que en cualquier fecha desde mayo de 2018, pero más “débil” que en cualquier día durante 1995-2015.
Segundo, resulta interesante preguntarse también si la reciente apreciación del peso genera un beneficio para la sociedad. La cuestión es relevante porque el lenguaje común es engañoso. Con el “fortalecimiento” del peso suele hablarse de un “mejor” TDC y, la mejoría parecería indicar un efecto positivo para todos.
No existe una relación clara entre los movimientos cambiarios y el bienestar económico. Lo que sí ocurre son efectos diferenciados entre grupos de personas o empresas. Por ejemplo, una apreciación del peso favorece a los importadores al hacer más baratos los bienes y servicios del exterior, y perjudica a los exportadores porque encarece sus productos para los compradores foráneos. Lo contrario sucede con una depreciación. Una dicotomía similar puede plantearse para los deudores y los acreedores en dólares.
De ahí que no pueda concluirse que un determinado nivel de TDC sea “deseable” o “indeseable”, sin asociarlo a algún colectivo específico. Dentro del régimen de libre flotación en el que opera la economía mexicana, lo más apropiado es hablar de un TDC “más bajo” o “más alto”, no de “mejor” o “peor.”
Finalmente, conviene preguntarse si la apreciación del peso refleja una mayor solidez económica. Debe recordarse que el TDC es un precio relativo que se determina por la interacción de la demanda y la oferta de dólares que enfrenta México.
Como en el caso de cualquier producto, a medida que baja el TDC, es de esperarse que aumente la cantidad de dólares demandada por México y disminuya la cantidad que los tenedores de esa moneda estén dispuestos a ofrecer.
Una forma de representar la apreciación del peso consiste en imaginar un aumento de la curva de oferta mayor que el de la demanda. Desafortunadamente, no es posible determinar, con certeza, cuáles podrían ser los factores que impulsarían el dinamismo superior de la disponibilidad de divisas. Algunos de ellos podrían ser ajenos a México, como la menor aversión al riesgo global, y otros, internos.
Dentro de estos últimos, no es posible descartar la mayor proactividad del Banco de México, respecto al Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos, en el apretamiento monetario para combatir la inflación. Criticarlo por posiblemente haber contribuido al fortalecimiento del peso, bajo el argumento de que ello daña el crecimiento económico, parecería que pasa por alto el objetivo prioritario de ese banco central, así como las experiencias negativas de estancamiento económico con inflación sin control.
Aunque algunos aspectos internos, como el mencionado, podrían estar influyendo en el aparente mayor atractivo internacional de México, ello no implica que la economía mexicana esté más sólida. Las crecientes deficiencias gubernamentales en materia de Estado de derecho, seguridad pública, apertura a la inversión y reglas del juego, entre otros, representan una fragilidad que limita, cada vez más, las posibilidades de progreso.
El autor es exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006).