Dentro del régimen de libre flotación que ha prevalecido en México durante los últimos veintiocho años, el tipo de cambio del dólar estadounidense en términos de pesos (TDC) ha mostrado dos características: una tendencia discontinua, de largo plazo, al alza, y una volatilidad, alrededor de esa tendencia, la cual, durante ciertos episodios, ha llegado a ser aguda.
El encarecimiento de largo plazo del dólar podría racionalizarse, de forma aproximada, recurriendo a la condición de equilibrio conocida como “Paridad de Poder de Compra”, la cual se basa, principalmente, en la diferencia acumulada de inflación entre los dos países involucrados. Cálculos simples de estas diferencias permiten entender por qué el TDC promedio de 2022 se ubicó en un nivel de más de cuatro veces el de finales de 1994.
En contraste, las continuas variaciones del TDC son más difíciles de explicar, ya que, en principio, pueden reflejar cualquier elemento que afecte el apetito de los tenedores que intercambian las monedas.
A menudo, algunos analistas han aprovechado esta ambigüedad para reducir la explicación de los movimientos cambiarios de corto plazo a unos pocos factores, que caen en el ámbito de opinión, pero carecen de suficiente sustento empírico. Un ejemplo de ello es la atribución de la reciente apreciación del peso a ciertos renglones de la balanza de pagos, como las remesas o las exportaciones manufactureras.
Para ponderar tales argumentos conviene recordar que el TDC es el precio al que se ejecutan los intercambios entre el dólar y el peso dentro de un mercado global amplio y profundo, con una gran cantidad de participantes, el cual funciona veinticuatro horas del día, todos los días del año.
En ese mercado, el peso es una de las monedas más negociadas. Su elevada liquidez abarca operaciones al contado, así como derivados financieros, es decir, contratos que involucran transacciones en el futuro. Por estos atributos, con frecuencia, el peso es utilizado como una moneda de “cobertura” de riesgos en monedas correlacionadas, que cuentan con una menor liquidez, o con horarios más restringidos de operación.
Una valiosa fuente de información sobre la operación cambiaria del peso proviene de la encuesta que cada tres años recaba el Banco Internacional de Pagos (BIS, por sus siglas en inglés), con base en los datos proporcionados por las principales instituciones financieras. El ejercicio más reciente se refiere a las operaciones cambiarias ocurridas en abril de 2022. Varias estadísticas, algunas de ellas procesadas y dadas a conocer por el Banco de México, resultan de especial interés.
Primera, el peso fue la tercera moneda más operada en el conjunto de economías emergentes, sólo rebasada por el renminbi chino y la rupia india.
Segunda, la operación promedio mundial diaria del peso fue de 114 mil millones de dólares.
Tercera, 82 por ciento de las transacciones con la moneda mexicana correspondió a intercambios en los que ambas contrapartes estaban domiciliadas fuera de México.
Cuarta, sólo poco más de 37 por ciento de las operaciones cambiarias con el peso fueron al contado, mientras que el resto involucró productos derivados.
La información anterior permite elaborar las siguientes consideraciones.
Primero, el papel de algunos renglones de la balanza de pagos, frecuentemente citados como “soporte” del peso, parecería marginal. Por ejemplo, con base en la información de esa balanza para 2022, el valor promedio diario de los flujos de exportaciones de mercancías y de las remesas fue 1.6 mil millones de dólares y 0.2 mil millones de dólares, respectivamente. Estos montos representan 1.4 y 0.1 por ciento con relación al mencionado volumen de operación diario del peso.
Segundo, si bien las cuentas de la balanza de pagos constituyen flujos significativos, el hecho de que la mayor parte de la operación del peso ocurra en el exterior confirma que la determinación del TDC no es producto principalmente de “entradas” de divisas, ni de geografía, sino del mayor o menor apetito por el peso que tengan los participantes en el mercado cambiario global.
Finalmente, no existe un modelo económico confiable para explicar y, mucho menos, pronosticar los movimientos de corto plazo del valor de cualquier moneda en términos de otra, incluido el TDC. Las explicaciones casuísticas, que recurren a eventos pasados, algunas veces debatibles, no constituyen teoría alguna.
En principio, el TDC puede responder a un sinnúmero de factores indeterminados. Tal vez por ello, la caracterización estadística más atinada sea el de “caminata aleatoria”, es decir, un proceso que resulta de la sucesión de choques fortuitos, los cuales reflejan nuestra ignorancia. Cualquier otra pretensión predictiva podría requerir una importante dosis de humildad.
El autor es exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006).