Razones y Proporciones

El espectacular desarrollo de Corea del Sur

El desarrollo económico de la República de Corea parece haber respondido a un entorno institucional que ha favorecido la creación y la expansión de los negocios.

Corea del Sur representa uno de los casos modernos más notables de progreso económico acelerado. Según la información del Banco Mundial, de 1960 a 2022, el PIB por habitante de ese país se multiplicó, en términos reales, por un factor de 32.7, lo cual implica una tasa de crecimiento anual promedio de 5.8 por ciento en ese indicador.

La extraordinaria expansión económica le permitió a Corea del Sur pasar de ser un país pobre, primordialmente agrícola, a uno de elevada industrialización. Su nivel actual de desarrollo es semejante al de Italia o del Reino Unido.

Conviene preguntarnos cuáles han sido las claves del desempeño económico coreano. La respuesta resultaría interesante ya que, en principio, permitiría identificar posibles estrategias de mejora para las economías menos avanzadas.

No es posible identificar, con certeza, todos los factores que han incidido en el éxito espectacular de ese país asiático. Esto no debe sorprender ya que, en el desarrollo económico, no existen recetas mágicas ni, mucho menos, únicas. Además, cada nación enfrenta circunstancias diferentes, por lo que no sería factible ni deseable imitar los detalles de la experiencia coreana.

Con estas salvedades, vale la pena mencionar algunos elementos que no parecen ser determinantes en los logros de Corea del Sur. Estos incluyen la homogeneidad étnica de la población y la cultura del Confucionismo que, de manera semejante a la protestante, inculca la responsabilidad individual y el amor al trabajo. Estas características suelen asociarse con la experiencia positiva de varias economías asiáticas.

Sin negar su posible contribución al avance económico, debe reconocerse que los elementos mencionados existían antes de 1960, cuando la economía de Corea del Sur aún no despegaba. Además, han aplicado, en el mismo grado, a Corea del Norte, país que ha registrado un prolongado estancamiento productivo.

El desarrollo económico de la República de Corea parece haber respondido, más bien, a un entorno institucional que ha favorecido la creación y la expansión, sin límites, de los negocios, haciendo que el éxito se premie y el fracaso se castigue. La estructura de incentivos se ha basado, sobre todo, en la competencia y la orientación al exterior.

El impulso inicial fue dado por el general Park Chung Hee, presidente de ese país durante 1961-1979. Sus políticas abarcaron, entre otros aspectos, la ampliación de la infraestructura física, así como la promoción de la industria pesada y química, de las exportaciones y de la ciencia y tecnología.

Los apoyos gubernamentales concedidos a las empresas, como incentivos fiscales y facilidades de crédito, obedecieron al desempeño económico comprobado, en especial, a la superioridad exportadora. Además, se propició que los negocios con un mejor récord de ventas externas adquirieran otros menos exitosos, lo cual permitió que empresas pequeñas y medianas se convirtieran, con los años, en grandes conglomerados.

En 1987, Corea del Sur transitó hacia la democracia. Desde entonces, las políticas gubernamentales han admitido una mayor flexibilidad, lo cual ha incluido, por ejemplo, apoyos de carácter social.

Como resultado del deterioro de la calidad de la cartera de los bancos, derivado del excesivo endeudamiento de las empresas, y la consecuente huida de capitales, Corea del Sur fue uno de los países más afectados en la Crisis Asiática de 1997. Sin embargo, tras un paquete de apoyo del FMI, una mayor apertura a la inversión extranjera y una reforma del sistema financiero, que involucró cierres y fusiones de muchos intermediarios, la economía coreana se recuperó rápidamente.

Durante los años recientes, se ha mantenido la orientación al exterior y se ha incrementado la inversión en educación, y en ciencia y tecnología. Cada vez más, Corea del Sur se ha convertido en una economía basada en las ideas y en la inventiva. Un indicador de ello consiste en que, según el Banco Mundial, los gastos totales de investigación y desarrollo como proporción del PIB pasaron de 2.0 por ciento en 1999 a 4.8 por ciento en 2020. En contraste, en México, esta razón ha promediado 0.4 por ciento durante el presente siglo.

Finalmente, hay que señalar que el desempeño económico coreano durante la democracia ha sido inferior al del período de la dictadura, lo cual podría revelar los rendimientos decrecientes del desarrollo, así como la influencia de las instituciones democráticas sobre la economía.

Tal vez la principal lección para nuestro país sea que el progreso económico significativo no puede provenir de la buena suerte con el exterior, incluyendo las remesas y el “nearshoring”, sino de un cambio drástico de la política interna que elimine un sinnúmero de obstáculos existentes a la creación y la expansión de los negocios.

Exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006)

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