Profesor en UNAM y en UP. Especialista en temas electorales.

Precampañas oficiales

La línea divisoria entre los procesos intrapartidarios y las precampañas es tan inexistente como la que hay entre éstas y las campañas electorales.

El lunes de la semana pasada iniciaron las precampañas federales, luego de que las alianzas políticas realizaron, dicho con el eufemismo construido por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, los procesos políticos inéditos que permitieron la selección de sus candidaturas presidenciales, incluso, en el caso de Morena y sus aliados, definir las candidaturas a las nueve gubernaturas que se renovarán el próximo año. Fueron procesos políticos muy adelantados a los plazos previstos en una legislación rebasada que ya no corresponde a la realidad impuesta por el activismo del presidente, su partido y sus amplias mayorías parlamentarias.

El arranque formal de las precampañas se dio en un entorno político complejo para las autoridades electorales que, si bien se esfuerzan por aplicar la normativa electoral y las restricciones impuestas a servidores públicos de todos los colores partidarios, no logran persuadirlos de detener el intervencionismo constante que impide salvaguardar a plenitud la observancia de principios constitucionales como la imparcialidad y la neutralidad. También es un entorno confuso para la ciudadanía sometida a un intenso bombardeo publicitario de candidaturas que, como en el caso de Claudia Sheinbaum, desarrolla recorridos nacionales permanentes hablando de propuestas de gobierno a manera de sueños y esperanzas, que ya se reproducen en spots de radio y televisión.

La línea divisoria entre los procesos intrapartidarios y las precampañas es tan inexistente como la que hay entre éstas y las campañas electorales. El hecho de que haya tres precandidaturas únicas suprimió las contiendas internas entre aspirantes de los propios partidos y de facto nos regresó a campañas de más de seis meses cuando las reformas electorales anteriores disminuyeron su duración. De cualquier manera, las tres candidaturas presidenciales ya compiten entre sí, se aluden, muchas veces sin mencionarse por los nombres, pero presentando propuestas en contraste con las de los opositores.

La precandidata del oficialismo está subida en una cresta y el pesado aparato del gobierno y su partido, apoyados en números y porcentajes de diversas encuestas, se afanan en sembrar la idea de que todo está decidido, de que no hay nada más que hacer porque Claudia Sheinbaum ya ganó y que las elecciones solo son un trámite para formalizar el triunfo. Xóchitl Gálvez, con amplio respaldo de organizaciones ciudadanas, se esfuerza por darle rumbo a una campaña que va de menos a más, con el reto estratégico de definir la línea ideológica y programática que seguirá y el establecimiento de un esquema de coordinación con tres partidos que ven y defienden la política de forma distinta. Samuel García apuesta a adueñarse de las redes sociales y de los nuevos beneficios que éstas implican dirigiéndose al segmento electoral de los jóvenes de la mano de su esposa, Mariana Rodríguez, convertida en un fenómeno de la comunicación a través de las redes sociales, se trata de una campaña que debe seguirse de cerca y que va a definir la distribución de los votos.

En suma, estamos inmersos en un proceso electoral donde se afrontarán retos inéditos que pondrán a prueba a todas y todos, entre otras razones, porque la postulación de candidaturas exige un delicado diseño para acompasar paridad de género con implementación de acciones afirmativas y la elección consecutiva; porque la inteligencia artificial impone una nueva ruta de la propaganda electoral inexplorada para la autoridad; porque el crimen organizado se ciñe como una de las mayores amenazas a las contiendas, y porque el gobierno en turno se apresta a continuar el mayor intervencionismo de la historia reciente en un proceso electoral.

El autor es profesor en UP y UNAM y especialista en materia electoral.

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