Retrato Hablado

‘En la cárcel se encuentra la esencia humana’

En la cárcel, sostiene Paola Zavala, cobran poder la amistad y las distintas formas de amarse que tienen los seres humanos.

Era 30 diciembre. Morgana, la famosa cantante trans, era la dueña del espectáculo. Cientos de reos la miraban asombrados. Los internos del Reclusorio Oriente sonreían. Su entusiasmo no calmaba a Paola Zavala, que los observaba de reojo al principio, lo mismo que a su jefa, Patricia Mercado, secretaria de Gobierno del DF, encabezado entonces por Miguel Ángel Mancera.

Paola Zavala se preguntaba por qué estaban encarcelados esos hombres. ¿Qué habrían hecho? ¿En qué condiciones vivían? ¿Cómo estaban sus familias? Pensaba también si debía decirles algo, y qué, si fuera el caso. Pensaba, sobre todo, qué sentido tenía la cárcel.

El miedo se disipó en cuanto empezó a conversar con ellos. “Y ya nunca me salí de la cárcel, que se volvió mi tema”, en particular la prevención y la reinserción. En la cárcel uno se encuentra con la esencia humana, con el dolor, el sufrimiento, con la maldad, pero también con la compasión y la piedad”. En la cárcel, sostiene, cobran poder la amistad y las distintas formas de amarse que tienen los seres humanos.

“Las razones que llevan a una persona a cometer un delito me parecen fascinantes. Nosotros, desde nuestra comodidad, si acaso nos imaginamos la diferencia entre comprender y justificar un delito. Nunca son razones simples, pero lo que creo es que la mayoría de los que cometen un delito son personas buenas que se equivocaron, son personas buenas que no tuvieron otra opción, fueron víctimas antes que victimarios y sufrieron mucha crueldad que no supimos detener a tiempo”.

Paola Zavala, abogada y activista. Paola Zavala, abogada y activista. (Ismael Ángeles)

La premisa de que los sueños se convierten en realidad está en el corazón de Paola Zavala. De niña se lo dijo su madre, “una feminista radical de su época”, la segunda de dos mujeres inscritas en la carrera de Diplomacia de la UNAM, Rosario Green y ella, Norma Saeb, que se casó con un divorciado, oriundo de Bellas Fuentes, un pueblo en Michoacán “que ni siquiera aparece en mapas”. José Zavala, su padre, estudió en un seminario porque las opciones eran ser militar o ser cura. Con Zavala, Saeb se hizo madre a los 42 años, “todo un escándalo” en su momento.

-¿Sigues creyendo que los sueños se hacen realidad?

-La familia de mi mamá es de origen libanés, igual que la familia de mi mejor amiga. Una vez vimos un documental sobre Líbano –tendríamos ocho o nueve años–, nos fascinó, y yo le dije a mi mamá que quería ir ahí. Me contestó que le escribiera una carta a Slim y le pidiera una beca. Lo hicimos mi amiga y yo.

-¿Les contestó?

-Nunca, pero mi mamá me aconsejó que le escribiera otra, y otra. Años después, esa misma niña le escribió a Ricardo Raphael y publicó un texto. Después pedí una oportunidad en Animal Político y me la dieron. Así se me han abierto un montón de puertas. Me enseñaron a levantar la mano para que me volteen a ver.

Comenzó la carrera en la Universidad Autónoma de Querétaro, pero la terminó en la Universidad Nacional. Para obtener los ingresos extraordinarios que necesitaba para vivir en la Ciudad de México, entró a trabajar al Partido Alternativa Social Demócrata. Recién se graduó, escribió un correo al director de opinión de El Universal, Ricardo Raphael, para saber si le interesaba publicar un artículo sobre las cuotas de género. Apareció en el periódico la mañana siguiente. “Mi padre era abogado y escritor, así que en mi vida fue muy potente creer que podía escribir donde me lo propusiera”.

Paola Zavala, subdirectora de Vinculación Comunitaria en el Centro Cultural Universitario de Tlatelolco, fue profundamente influida por Patricia Mercado. Desaparecido el Partido Alternativa Social Demócrata, del que fue candidata presidencial, Zavala se convirtió en asesora legislativa en derechos humanos en la subsecretaría de Gobierno del Distrito Federal, donde elaboró el programa de derechos humanos que más tarde replicó en Oaxaca y Honduras como asesora de las Naciones Unidas en Nueva York, donde vivió una vez que se casó.

Después colaboró con Alejandro Madrazo en la clínica de intereses jurídicos del CIDE y más adelante, cuando Patricia Mercado fue nombrada secretaria de Gobierno, se convirtió en su asesora de derechos humanos. Entonces se comprometió con el sistema penitenciario, dependiente de la Secretaría de Gobierno. “Dicen que de la cárcel nunca sales, y eso fue lo que me pasó a mí”.

Su labor con Mercado mezclaba las pasiones de Zavala, el feminismo, “traducido en hacerme un lugar como mujer en un espacio de seguridad, en un espacio de armas, en un espacio de cárceles, es decir, en un espacio de hombres” y los derechos humanos.

A partir de entonces, ha colaborado en proyectos de cultura de paz en el Centro Cultural Tlatelolco, como ¿Quién respalda el barrio?, alrededor de zonas conflictivas de la ciudad como las colonias Guerrero, Morelos, Doctores y la propia Tlatelolco.

Si de soñar se trata, Zavala aspira “a iniciar un movimiento antipunitivo en este país en el que se priorice la prevención al castigo, y que un día no nos haga sentido que se invierta tanto en la Guardia Nacional, y que justifiquemos que la gente viva tan mal en las cárceles, que no hagamos nada por la reinserción social de las personas y que pensemos que el fin de la justicia es la cárcel en lugar de la no repetición de las conductas. Es un absurdo que en un país con 97 por ciento de impunidad se le siga apostando a la pena como forma de justicia. Me encantaría que cuando mi hijo crezca, pisar la cárcel sea la última de las formas de hacer justicia”.

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