Retrato Hablado

Camarena: de las ondas eléctricas a la vibración sonora

El canto operístico se vive de manera presencial, porque recibir la vibración armónica y sonora de una orquesta y mirar la escenografía, los cantantes, los vestuarios, te transporta a otro mundo.

La ruta que había trazado su familia para él no pudo haber estado más lejos: ingeniero eléctrico. Era lo natural porque su padre trabajó en la Comisión Federal de Electricidad. Por eso estudió en una secundaria técnica en Xalapa y en un bachillerato tecnológico. Sabe hacer instalaciones eléctricas, pero detesta sentir el correr de las ondas.

Hubiera sido un desperdicio que Javier Camarena, el aclamado tenor mexicano, continuara por esa senda. Para fortuna del mundo, aprendió a tocar la flauta dulce, como hacían todos los niños en las primarias hace décadas. Después exploró la flauta transversal, participó en una banda de rock y dirigió un coro eclesiástico. Fue suficiente para rechazar la carrera de ingeniería y aplicar para la Escuela de Música.

Camarena no reniega de su formación musical, que podría ser la de cualquiera y no la de uno de los tenores más aclamados del planeta: “Tenía las influencias musicales de mis tíos y mis abuelos, pero también estaba ABBA, KISS, la música disco de los 70, la Sonora Santanera, la cumbia y los grandes cantores mexicanos –Pedro Infante, Javier Solís, Jorge Negrete–, y los extranjeros como Julio Iglesias y Camilo Sesto”.

Como eligió un futuro distinto al que sus padres habían dispuesto, Camarena tuvo que pagarse los estudios musicales. “Saqué fotocopias, toqué con bandas de rock. Pagué mis inscripciones los primeros dos años, hasta que mis papás vieron que siempre estaba en el cuadro de honor, que era un estudiante ejemplar y que tenía el mejor aprovechamiento. Me fascinaba todo lo que estudié: solfeo, armonía, contrapunto, historia de la música, historia del arte, apreciación musical, idiomas, canto, conjuntos de cámara, conjuntos corales. Todo me parecía fascinante”.

Javier Camarena, tenor. (Ismael Ángeles)

Camarena habla con fluidez inglés, italiano y algo de alemán. Entiende razonablemente el francés y canta en muchos idiomas más, como el japonés. Es difícil pensar que frente a su voz haya algún público difícil de conmover. Pero así lo ha contado en entrevistas.

-¿Dónde has encontrado a esos públicos difíciles y cómo has revalorado a ese público después de la pandemia? ¿Cambió tu percepción de él?

-El público varía según la cultura del país en el que cante; hay públicos extraordinariamente efusivos como en Nueva York, o efusivos y a la vez críticos, como en España, y públicos más sobrios a la hora de expresarse con el aplauso, como en Alemania y Austria, o públicos más discretos o contenidos como en Londres. En enero, cuando pude volver a España a un escenario en el Teatro Real de Madrid, sentí otra vez el cariño del público, su gratitud, la emoción de estar en el teatro. El canto operístico se vive de manera presencial. Permíteme la comparación, pero no es lo mismo estar frente a una megapantalla que en el estadio con unas chelitas. Son emociones distintas, y con más razón en la música, por el hecho de mirar la arquitectura maravillosa de un teatro o la majestuosidad de una sala de conciertos, además de recibir la vibración armónica y sonora de una orquesta y mirar la escenografía, los cantantes, los vestuarios que te transportan a otro mundo.

Camarena, distinguido como el mejor cantante masculino en los International Opera Awards, fue recibido con devoción en Bellas Artes en su primera aparición en México tras la pandemia.

Antes de que el virus pasmara al mundo, Camarena sintió que su nivel de presión, estrés y agotamiento era insostenible.

-Tu carrera te devoraba. ¿Cómo decidiste replantearla?

-Para llegar a este punto prepandémico pasaron muchos años en los que mi carrera cambió, evolucionó y creció en demanda de trabajo. Fue in crescendo desde 2011. La marcha se aceleró poco a poco, como la bola de nieve que puede convertirse en una avalancha. Y si en 2019 llevaba una carrera muy exigente, el ritmo se volvió vertiginoso y soporté un cansancio no sólo físico, sino emocional.

Cuando había más incógnitas que certezas respecto a la pandemia, Camarena volvió a Suiza con su familia y ahí permaneció. “Fue un tiempo de reacomodar ideas, de reajustar prioridades, de concluir que el canto es mi trabajo, pero no soy yo. Hay cosas que me importan más que la ópera, y a eso quiero dedicar mucho más tiempo del que me permitía. Quiero trabajar para vivir, no vivir para trabajar. Mantener ese balance es un reto porque me llegan muchos proyectos interesantes. Por ejemplo, juraba que jamás iba a cantar La flauta mágica de Mozart. No quería meterme en líos con el alemán, sobre todo habiendo tanto qué cantar en italiano, pero el Liceu (de Barcelona) me presentó la oportunidad de hacer esta obra con el maestro Gustavo Dudamel, con quien tenía muchísimas ganas de trabajar. Imposible decir que no”.

-Una curiosidad: ¿por qué te quedaste a vivir en Zúrich? Mi papá decía que Suiza era el lugar más aburrido del mundo.

-Y tenía razón. Llegué en calidad de estudiante, y la idea era estar un par de años, lo que duraba el programa de estudios para jóvenes cantantes de la Ópera de Zúrich, pero me contrataron como solista por cinco y después me extendieron el contrato por otros dos. La verdad es que nos acomodamos en Suiza porque está en el centro de Europa y me facilitaba moverme, era bastante práctico. Ahora estamos considerando cambiar de aires e irnos a España.

-Si por alguna razón no pudieras cantar, ¿qué te haría un hombre pleno?

-Enseñar. No he podido comprometerme con mis propios alumnos porque necesitan supervisión constante, pero espero pronto poder compartir lo poco o mucho que sé.

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