Pablo Montaño nació en la Ciudad de México, pero antes de que aprendiera a hablar ya vivía en Durango, y después en Veracruz, a donde lo llevó la profesión de su padre. Era el médico veterinario de varios ranchos de la zona. Los Montaño vivieron también en Tehuacán y Cuernavaca, hasta que echaron raíces en Chihuahua. “Me sacaron del ambiente verde de Morelos para llevarme al desierto. Al principio, mis hermanos y yo lo odiábamos, pero Chihuahua es el lugar que me define”.
Durante 10 años, Pablo Montaño pasó muchas horas de cada día montado en una bicicleta. Dominó la ruta y la montaña, y alcanzó el nivel olímpico nacional. Dejó el deporte y a su entrenador, entrañable, para estudiar Ciencias Políticas en el ITESO. Su tío, el recién fallecido diplomático Jorge Montaño, influyó tanto en él como una de sus tías, Cristina Montaño la Kiki, una militante izquierdista y su esposo, Daniel Lund, que fue abogado de los Black Panthers. “Siempre tuve la política muy cerca”.
Guadalajara le dio la oportunidad de redefinirse, fuera del ambiente familiar. En sus últimos años universitarios, Montaño se vinculó con grupos activistas. Primero en la promoción del voto nulo, en la elección intermedia de 2009; “eso me dejó el gusto por las campañas”. Luego participó en actividades a favor de la movilidad “hasta que sentí que me empezaba a faltar bagaje técnico para hablar de movilidad, sobre todo desde el aspecto medioambiental”.
Para resolverlo, Montaño estudió en el University College London la maestría en Medio Ambiente y Desarrollo Sustentable, después de haber formado parte de la exitosa campaña de Pedro Kumamoto en Jalisco. “Fue como de ensueño, de película de chavillos que se organizan y triunfan. Separarme fue difícil”.
Cuando estaba por completar su formación en ecología política, Wikipolítica, como se llamaba entonces, le ofreció una candidatura independiente para diputado en la elección federal de 2018. “Era el paso que debía dar”, reflexiona. Un día después de aterrizar en México, ya estaba haciendo trámites y recolectando firmas para su propia candidatura y para el resto de los candidatos. “Fue una campaña ingenua. Yo probaba mis discursos climáticos y ambientales, pero a nadie le importaba un carajo. Había un enorme desfasamiento entre lo que yo quería que fuera la campaña y en lo que se convertía. La gente me preguntaba por los baches de su calle. Hablé más de aborto en esos tres meses que en el resto de mi vida. Y perdimos. Rotundamente”.
Terminó la campaña un mes antes de que naciera la primera hija de Pablo Montaño. “Y yo sin trabajo. Fue toda una turbulencia”. Se separó del proyecto político –que hoy se llama Futuro– y trabajó en un consorcio de centros públicos de investigación Conacyt. Él convertía la investigación que se generaba en dichos centros en proyectos para los municipios. “Era una muy buena idea, pero nos alcanzó la ‘transformación’ y al año y medio desaparecen tanto el fideicomiso para ciencia y tecnología regional y el Centro de Investigación para Proyectos Locales”.
En tiempos de pandemia, con el peso de la incertidumbre, siguió produciendo un pódcast sobre cambio climático que recién había estrenado. “Lo situamos en 2050, bajo la premisa de que habíamos hecho todo bien en materia climática. Violeta Meléndez, una periodista ambiental de Jalisco, y yo pretendíamos tener 70 años y platicar qué habíamos logrado como humanidad para evitar las peores consecuencias a la crisis del clima. Un episodio tras otro, construimos un universo alternativo de posibles soluciones”.
Escucha del pódcast, Gael García Bernal lo invitó a conversar y acordaron que su productura, Corriente del Golfo, produjera una serie de documentales que aparecieron antes de la elección de 2021. La serie explicó la crisis climática en México en términos del aire, el agua, el carbón, la energía, los océanos y los alimentos. “También ganamos el fondo Ponte la Verde para chambear en formas de modificar los sistemas de alimentos”, lo que se transformó en Conexiones Climáticas, la asociación civil que Montaño coordina y que está asociada con organizaciones de base, muchos de ellos defensoras del territorio.
-¿Estamos peor en este sexenio en política ambiental?
-Cualquier gobierno en inacción va a ser el peor, en este caso el más reciente por el deterioro propio de las cosas y por el nivel de urgencia. No es lo mismo no apagar el fuego de tu casa cuando se concentra en la cocina que cuando se extendió a la sala y al comedor. Ahora hay una inacción similar a la que había antes, pero estamos peor en el sentido del cinismo que da pie al negacionismo climático. Si estás construyendo una refinería, no hay manera de que entiendas la crisis del clima. Y lo peor es que el negacionismo climático –lo vimos con Trump– genera una resistencia entre la gente que empezaba a confiar en la necesidad de una transformación tan drástica como la requerimos.
-¿Para los activistas ambientales este sexenio es efectivamente más peligroso? Los ambientalistas están todavía más desprotegidos que los periodistas.
-Sí, lo es. Porque al gobierno actual no le importa su imagen al exterior. Ese era un límite que había antes, pero el problema no solamente es culpa de la administración en turno, sino de la situación que está cada vez más caldeada por la falta de provisión de los recursos disponibles. Si agotas los recursos, orillas a las poblaciones a disputar el suelo sobre el que están sus casas, el agua y los bosques que quedan. Por eso, en muchas comunidades ya hay una necesidad de poner el cuerpo.