Retrato Hablado

Me cansé de ser perseguida y humillada y emprendí la lucha

‘Desde que tengo uso de razón, he sabido que soy diferente. No encajaba entre mis hermanos; me provocaba mucho sufrimiento’, dice Salma Luévano, diputada trans morenista.

A Elisa Luna y Benjamín Luévano les nacieron 13 hijos. Fallecieron tres, unos cuates en un aborto espontáneo y uno más a los nueve años, víctima de brujería, según su madre. Los primeros cuatro nacieron en Ojocaliente, Zacatecas. Los demás en Veracruz, donde su padre trabajaba como contratista de Pemex. En las idas y venidas al complejo petroquímico Cosoleacaque, Benjamín Luévano se enamoró y dejó a su familia. Aunque su madre las vio negras, Salma Luévano festeja que su padre se haya ido. Era un macho hecho y derecho. La hubiera condenado a una vida de violencia dentro de su propia casa.

“Desde que tengo uso de razón, he sabido que soy diferente. No encajaba entre mis hermanos; me provocaba mucho sufrimiento”, cuenta la diputada trans morenista.

Salma Luévano siempre tuvo el amor de su madre. Ella trataba de comprender qué le pasaba, y juntas entendieron. “Todavía hay mucha desinformación e ignorancia, pero en aquellos ayeres era todavía peor. Yo tardé en tener acompañamiento; aprendí a chingadazos”.

-¿Cómo saliste adelante?

-El amor rompe barreras y hace milagros. Mi mamá, en su inocencia, en su ignorancia, me apapachó, me cuidó, me enseñó a cuidarme, a descubrir mi fortaleza interior. Me trataba como lo que era, una niña, pero no delante de la gente. Lo hizo así para protegerme. Tuvo ese cuidado hasta que fue deconstruyéndolo, porque yo la reeduqué en ese sentido y entendió que tenía una niña. Gracias a sus enseñanzas, nunca caí en vicios. El vivir en un entorno de amor y de trabajo me permitió tener valores firmes para resistir, porque el trabajo sexual es fuerte. Son duras las madrugadas, es duro el frío, el ritmo. Lamentablemente vi caer a muchas de mis hermanas y compañeras.

-¿Tus hermanos te trataban con respeto y amor?

-Nos aventábamos nuestros agarrones, como todos los hermanos, pero era un entorno sano.

Los hijos de Elisa Luna y Benjamín Luévano trabajaron desde niños. Salma vendió cocos, bailó, lavó trastes, lavó ropa, barrió casas, vendió plumas y lápices a sus compañeros. Vendió también su cuerpecito de niña. “El trabajo sexual fue la única herramienta que tuve para sobrevivir porque mi apariencia y mi identidad me cerraban todas las puertas”.

A los 14 años llegó a la Ciudad de México. Terminó la secundaria y la preparatoria, pero tuvo que retomar el trabajo sexual. “Hubo momentos en que no alcanzaba ni para pagar el cuarto que rentaba”.

-¿Te pagaban menos porque eres trans?

-La vida de nosotras está muy precarizada, pero agradezco que el trabajo sexual me permitió estar aquí, ser una sobreviviente. Las mujeres trans sabemos cuándo salimos, pero no cuándo regresamos. Claro que no nos tratan igual, nos discriminan, nos violentan, nos persiguen, pero en cuanto al cobro, depende. Yo siempre tuve el espíritu de comerciante, siempre me puse lista y cobraba mucho más que mis compañeras.

Dormir en la calle no fue lo peor que le pasó a Salma Luévano. Vivía en un departamento por el rumbo de Coacalco, en el que organizó una fiesta. Algunos de sus invitados eran de otra colonia, y rivales de sus vecinos. Salma les impidió entrar para evitar pleitos. Ése fue su error. En la madrugada, escuchó amenazas, mentadas de madre, pisadas que se acercaban al quinto piso, el suyo. Saltó por la azotea. Desnuda y descalza, entre vidrios rotos, brincó de un edificio a otro. La agarraron. Los pandilleros le escupían, la golpeaban y jaloneaban. Luévano se las arregló y escapó, pero sabía que quedarse era imposible. Corría demasiado riesgo. Unas horas después, huyó de la ciudad hacia Aguascalientes.

Ahí, quien la amenazó fue la autoridad. Paseaba en un centro comercial con otra chica trans cuando se topó de frente con decenas de policías. Las adolescentes se preguntaron a quién buscarían. “Iban por nosotras. En Aguascalientes mostrar tu identidad estaba tipificado como falta a la moral, como en varios estados del país”.

Harta, Salma Luévano organizó un grupo para solicitar al municipio un alto a la persecución. Los manifestantes fueron ignorados, y se apostaron afuera del palacio municipal. Diez horas después de hacerles el vacío, un funcionario detuvo la protesta cuando los quejosos comenzaron a desnudarse. “Ahí aprendí a luchar por mis derechos”, dice divertida Luévano, recientemente reconocida por el Women Economic Forum Iberoamérica por su labor en favor de las poblaciones LGBTTTIQA+.

Después de sentirse utilizada por los partidos políticos, Luévano decidió contender por la alcaldía de Aguascalientes, pero no llegó a ser candidata. “Me cansé de sacar chicas de la cárcel, de pagarles su fianza, de ser perseguida, golpeada y humillada y emprendí la lucha”.

La legisladora hizo mancuerna con le magistrade Ociel Baena, símbolo del género no binario, asesinado brutalmente en noviembre pasado. Le magistrade le ofreció su expertise en la defensa de derechos políticos electorales para complementar la capacidad de movilización de Luévano en la calle. Mediante la lucha en tribunales, ambos lograron espacios –las cuotas arcoiris– para la población LGBT+.

“Me hice una experta en el tema de los litigios estratégicos”, dice Luévano sin modestia. Y va a necesitar esa pericia porque Morena no le permitió reelegirse y dar continuidad a su agenda –tampoco a María Clemente García Moreno, con lo que dejará sin representación a su comunidad–. Luévano ya impugnó el rechazo de su partido. Afirma que no pueden negarse los espacios a las mujeres trans: “No voy a permitir que esa puerta se nos cierre de nuevo”.

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