Secretario de Gobierno de la CDMX
Cada fuerza política tiene el derecho de decidir libremente con quién se reúne, identifica o alía; cuáles son sus referentes doctrinarios y dónde se encuentran aquellos que postulan ideas parecidas en otras latitudes del mundo.
En ese marco se inscribe la reciente reunión de un grupo de militantes del Partido Acción Nacional con Vox, organización política de España.
Dicha reunión expresa una empatía, una coincidencia ideológica real, profunda, entre ambos referentes.
Vox es una organización política que se presenta abiertamente en el escenario nacional de España como heredera del franquismo. No se esconde, no se disfraza, no pretende ser progre.
Es una organización que se inspira en la figura de Francisco Franco, el general que aplastó a la República Española con una represión sangrienta que llevó a la muerte, a la cárcel o al exilio, a cientos de miles de españoles en los años 40 y 50 del siglo pasado.
Vox incorpora en su discurso político todos los elementos ideológicos de la extrema derecha clásica: racismo, clasismo, misoginia, homofobia, sexismo, xenofobia, colonialismo, chovinismo de gran potencia, supremacismo blanco, rechazo de la laicidad educativa, repudio de las formas republicanas del Estado, lenguaje anti derechos, apología de la desigualdad social, descalificación del Estado de bienestar, ultra liberalismo económico, culto a las dictaduras, ataque a las libertades de las mujeres, en fin, la ortodoxia más conservadora.
Es cierto que en el PAN han convergido desde sus orígenes corrientes ideológicas diversas. Entre ellas, algunas de tipo liberal, cercanas a la democracia cristiana e incluso inspiradas en la tradición cívica democrática. Sin embargo, se ha tratado de ocultar durante mucho tiempo, la poderosa fuerza interna de una derecha acendrada que domina las decisiones más importantes de esa fuerza política en los debates nacionales sobre los derechos civiles y colectivos.
Como ha dicho el presidente Andrés Manuel López Obrador, la ideología de la derecha mexicana es la hipocresía. A diferencia de Vox, la derecha más radical de nuestro país ha pretendido presentarse como centrista y hasta progresista.
En los comicios presidenciales del 2018, la derecha mexicana procuró vestirse de liberal y hasta de social. Incorporaron a su lenguaje términos como feminismo y hasta el llamado ingreso básico universal.
Pero invariablemente, cuando en los congresos locales de Oaxaca e Hidalgo se discutió la maternidad voluntaria; en los de Sinaloa y Baja California, el matrimonio igualitario o en la Cámara de Diputados, la pensión de adultos mayores y las becas para personas con discapacidad, la derecha votó en contra.
La sinceridad de los panistas que firmaron la llamada “Carta Madrid” deja al descubierto a muchos actores políticos.
Muestra la raíz ideológica que ha motivado conductas intolerantes, la orientación confrontacionista contra los gobiernos progresistas y la inspiración autoritaria para hacer fraudes electorales.
Pero los que quedan más exhibidos son todos aquellos que desde una supuesta postura progresista llamaron a votar por la derecha en las elecciones del 2018 y el 2021.
Durante la campaña electoral constitucional de este año, algunos intelectuales que hace mucho tiempo militaron en las filas de la izquierda elaboraron un discurso para calificar como populismo de derecha al gobierno federal actual y romantizar la imagen de la oposición de derecha, esa sí, verdaderamente de derecha. Algunas personalidades de los movimientos feminista o gay, justificaron su voto por la derecha con rebuscadas argumentaciones.
Apenas pasaron los comicios, los órganos legislativos se volvieron a reunir. Y la derecha votó, como ya dijimos, contra los derechos, la igualdad y la diversidad.
La sinceridad de los panistas que firmaron el compromiso con Vox pone a cada quien en su lugar. La opción progresista está en el gobierno federal y en el de la Ciudad de México, mientras que una parte importante de la oposición se encuentra con la derecha más extrema.